SÁBADO 18 DE JULIO DE 1936.— Ese fin de semana, previo al del día de Santiago, era proclive a que se alcanzaran las temperaturas más altas de todo el año. Sin embargo, el calor había remitido ligeramente; el día amaneció fresco, más aún que el viernes, aunque solo en los indicadores climatológicos. Según el parte difundido por el Instituto Central Meteorológico, las temperaturas habían experimentado un nuevo descenso en la meseta central debido a una borrasca que amenazaba el oeste peninsular desde el Atlántico. Se podría concluir, a pesar de los datos, que hacía buen tiempo, estaba nublado y que la temperatura máxima solo llegaría a los 27 grados. Después del toque de diana y del desayuno, sobrio y cuartelario, Antonio Camacho, reunió a los jefes, oficiales y al jefe de sargentos Mecánicos en la sala de oficiales para explicar personalmente la declaración del estado de guerra por parte de las guarniciones de África y el peligro inminente de que la algarada se extendiera por más zonas. El jefe de la Escuadrilla de Getafe apareció en traje de faena exhibiendo el correaje y la pistola al cinto de forma inusual; dos sargentos, vestidos con traje de combate vigilaban los movimientos de todos los convocados. Según las cuentas de Camacho, de los casi cuarenta oficiales, había diez que se podían considerar simpatizantes de la derecha y de la sublevación y otros catorce dudosos. Los alféreces y suboficiales eran mayoritariamente partidarios de la República. Según el asesor militar del Gobierno, Hidalgo de Cisneros, la situación estaba controlada, aunque se conocía que algunos cantones, entre los que figuraban el Cuartel de la Montaña y el de Campamento, estaban a favor de la sublevación. Sin embargo, la preocupación más acuciante de Camacho era la amenaza confirmada del vecino cuartel de Artillería. También pretendía dejar en evidencia a los aviadores más conservadores, proclives a sumarse a la rebelión, y aislarlos de alguna manera.
Desde los primeros días de junio, el regimiento de Artillería Ligera a caballo número 1 acantonado en Getafe era objeto de atención y vigilancia por parte de los soldados del comité antifascista, afiliados al PCE, y por suboficiales de la Unión Militar Republicana Antifascista, una asociación clandestina de tendencia mayoritariamente socialista. Desde el Ayuntamiento, el Frente Popular y el Comité Antifascista de Getafe, también pusieron en marcha dispositivos, y se redoblaron los contactos, para recabar información sobre los movimientos y planes del regimiento de Artillería. En las semanas y días previos se conocía el estado de alarma, la tensión de los mandos y oficiales, así como los movimientos y preparativos bélicos en los días anteriores. Hidalgo de Cisneros recuerda que, el día 11 de julio, dos oficiales del aeródromo de Getafe, el capitán González Gil y el teniente Hernández Franch, le presentaron al responsable de las Juventudes Socialistas, Francisco Lastra, y al del PCE, Daniel Ovalle, que le informaron que desde hacía varias semanas un grupo de civiles vigilaba el cuartel, así como los contactos que mantenían en el interior del recinto militar.
El Regimiento de Artillería estaba acuartelado desde la medianoche del día 17 y listo para entrar en combate. Solo se esperaba la orden desde la División y, lista la corneta, el toque de generala. Se calculaba que el regimiento disponía de unos quinientos hombres, entre los que estaban armados con fusiles y los que servían a las ametralladoras y los cañones, aunque según algunas fuentes, en esas fechas, había muchos de permiso. Los últimos chivatazos eran poco halagüeños. Se temía que los artilleros de Getafe, ayudados por la Guardia Civil y uno de los dos batallones del Cuartel de Ferrocarriles de Leganés, incluso algunos efectivos del grupo de ametralladoras y cañones de Caballería de Aranjuez, marcharan contra el aeródromo para inutilizarlo o destruirlo. Era un objetivo estratégico de máxima importancia para los dos bandos. Si los aviones de Getafe y Cuatro Vientos se ponían al servicio de los rebeldes, el futuro de la República en Madrid estaría realmente comprometido. El aeródromo de Getafe era un baluarte del Frente Popular. Era vital estrangular la sedición de los reductos alineados con la rebelión fascista. Antes de terminar la reunión, el teniente coronel Antonio Camacho quiso recabar la lealtad de los oficiales, pues también había dudas sobre bastantes, y comprobar al momento quiénes estaban dispuestos a sofocar la rebelión. Camacho exigió voluntarios para bombardear los cuarteles insurgentes, empezando de manera más o menos inminente con el regimiento de Artillería Getafe, sospechando que apoyaba la rebelión. Aunque la mayoría de los pilotos de la Escuadrilla de Getafe se mostraron dispuestos a acatar las órdenes, seis fueron reacios a bombardear los focos sublevados alegando motivos de conciencia. Camacho informó rápidamente al teniente coronel Ángel Pastor Velasco, jefe de la Oficina de Mando del Ministerio de la Guerra y, en la práctica jefe de Aviación. Los pilotos, calificados en un principio como desafectos a la República o con simpatías por los sediciosos, fueron enviados al Ministerio de la Guerra a fin de evitar un conato de rebelión que diera al traste con la adhesión del aeródromo de Getafe. Al fin y al cabo, solo eran seis, pero seis que habían dado la cara y que podían llegar a revertir la posición leal de la Escuadrilla de Getafe. Los seis oficiales tomaron un autobús del aeródromo para ser trasladados a Madrid. Sin embargo, a la salida, fueron abordados por un grupo de milicianos que pretendían arrebatarles las pistolas. Andrés García Lacalle, en su libro Mitos y verdades sobre la guerra civil, relata lo sucedido con los oficiales desafectos. «Ignoro exactamente lo que pasó, si es que el grupo de oficiales que solicitó y obtuvo este permiso no inspiraba confianza, o que el jefe de la Base se arrepintió del permiso que había concedido, o fue que alguien del mismo aeródromo avisó a los obreros que vivían en el pueblo de Getafe, pero el caso es que el autobús fue detenido en el pueblo por los obreros, impidiéndoles seguir viaje a Madrid e intentando arrebatarles las pistolas. Los oficiales se resistieron a ser detenidos, sacaron sus pistolas y, dejando el autobús regresaron al aeródromo».
Lo más probable es que los milicianos fueran avisados por un chivatazo del sargento mecánico Sol Aparicio. Una vez dentro del aeródromo, el coronel Camacho ordenó trasladarlos en avión a Barajas y, desde allí en autobús, a uno de los calabozos del Ministerio de la Guerra. Los obreros getafenses, concentrados en la puerta del aeródromo, exigían armas para defender la República. El teniente Hernández Franch lo cuenta así: «Al salir del aeródromo, el referido autobús de oficiales con destino a Madrid surgió un incidente entre dichos oficiales y el personal que estaba en la entrada del aeródromo que se solucionó satisfactoriamente prometiéndoles a los congregados que les daríamos armas, mosquetones y munición, de las que había en el aeródromo. Poco después se las fueron entregando para que al mando del sargento mecánico Sol Aparicio, de absoluta confianza, se pusiera una vigilancia permanente en la entrada del cuartel de Artillería». A las nueve de la mañana se presentó en el aeródromo el director general de Aviación, general Miguel Núñez del Prado, con su ayudante para que un avión los trasladara a Zaragoza con la encomienda de convencer al general Cabanellas, Capitán General de aquella región, para que se mantuviera fiel a la República. A pesar de que había muchas posibilidades de que el Dragón tuviera como destino final la muerte, se presentaron tres pilotos voluntarios: Pedro Mansilla, Hernández Franch y el subayudante Arcega, siendo elegido Pedro Mansilla por sorteo. Todos los ocupantes del avión fueron detenidos en cuanto tomaron tierra, y asesinados en las horas posteriores.
Interviene el diputado socialista nacido en Getafe
Durante la mañana del sábado se produjeron numerosas llamadas telefónicas de Getafe a Madrid y vuelta; antes del mediodía, el general de Brigada Manuel Cardenal se presentó en el Ayuntamiento «protestando de que se hubiera comunicado tal cosa cuando él personalmente había comprobado que en el cuartel no se notaba nada anormal». A la protesta del militar, el alcalde de Getafe reaccionó llamando al Diputado socialista Enrique de Francisco para darle cuenta de las sospechas que había con el Regimiento de Artillería y de la inacción del ministerio de la Guerra. El nerviosismo y la tensión del momento histórico aceleraban los movimientos entre los distintos protagonistas de la partida. A los pocos minutos, el general de División Miaja volvió a llamar al coronel Ramírez advirtiéndole de nuevo; un Diputado le había dicho al ministro de la Guerra que algunas unidades del Regimiento estaban en la carretera y que marchaban camino de Madrid, hecho que negó rotundamente el jefe de la guarnición de Getafe. Pasados diez minutos desde que Francisco Lastra llamase al diputado Enrique de Francisco, y este al general Miaja, el coronel Ramírez telefoneó al Ayuntamiento exigiendo un desmentido de cara al ministro de la Guerra. El alcalde se negó asegurando que «no habían dicho que se hubieran sublevado, sino que se observaba un intenso movimiento de carros dentro del cuartel y que esto lo mantenía porque los que habían observado ese movimiento eran de su entera y absoluta confianza, y le merecían más crédito que la palabra de dicho jefe». Esa noche, la del sábado al domingo, regresó el general de Brigada Manuel Cardenal y pudo comprobar que no había novedad, que el Regimiento seguía acuartelado.
A las cuatro de la madrugada, aproximadamente, volvió a llamar el general de División preguntando si había novedad. El coronel le informó sobre los rumores del ataque al Cuartel. «Si fuera atacado —le dijo el general de la División Orgánica—, defiéndalo, pero con prudencia». Esa será una de las grandes cuestiones que se intentará dirimir durante el juicio posterior. Los testigos, milicianos y aviadores, declararon que los primeros disparos se efectuaron desde el Cuartel; todos los jefes y oficiales de Artillería coincidían en que fueron ellos los atacados, proviniendo de los milicianos los primeros disparos. Era una cuestión importante para dilucidar si había existido o no el delito de rebelión; de todas formas, dejando a un lado la incógnita de quién empezó primero, tampoco era un argumento fundamental para el desarrollo del juicio, como tampoco lo fue que el coronel dijera a los oficiales de la Escala de Reserva que no tenía intención de sublevarse, que «antes muerto que traidor». El Cuartel de Artillería se había sublevado y los responsables tenían que pagar y servir de ejemplo. Las fuerzas del Frente Popular exigían severidad en las penas. Es posible, según los sucesos ocurridos y las declaraciones del coronel Ramírez tras su detención, que el diputado socialista exagerase la confidencia del alcalde de Getafe sobre los movimientos del Regimiento de Artillería y sobre el municionamiento de las baterías, transformando el bulo en noticia sobre la marcha de efectivos de Artillería en dirección a Madrid.
Enrique de Francisco había nacido en Getafe en 1878 aunque se trasladó, siendo adolescente, a la población guipuzcoana de Tolosa. En 1919 resultó elegido concejal de ese municipio por el PSOE. En 1931 fue proclamado diputado por la provincia de Guipúzcoa, siendo jefe de la minoría socialista en el Parlamento durante la legislatura de 1931-1933. En las elecciones celebradas al final de ese periodo constituyente no pudo revalidar el acta de diputado, regresando al trabajo en la estructura orgánica del PSOE, dentro de la corriente liderada por Largo Caballero; de Francisco se mostró como un fanático seguidor del Lenin español y un contumaz anticomunista. En 1932 fue elegido miembro del Comité Ejecutivo del PSOE; en 1935, en medio de la tensión que dividía al partido socialista entre las facciones de Largo Caballero y de Indalecio Prieto, dimitió del Comité junto a toda la corriente. En las elecciones de 1936 fue el candidato de la Agrupación Socialista Madrileña, bastión de los caballeristas, recogiendo el acta de diputado por Madrid. Al constituirse el grupo parlamentario socialista, con una mayoría de diputados afines a la corriente de Caballero, de Francisco fue elegido vicepresidente. A pesar de haber nacido en Getafe, Enrique de Francisco no mantenía ningún sentimiento especial por su lugar de nacimiento; de hecho, se sentía vasco. Pero ahora se trataba de sofocar cualquier intento de rebelión, y Getafe era un punto estratégico importante. El general de División José Miaja, ministro de la Guerra en el fugaz gabinete de Martínez Barrios, le prometió a de Francisco interesarse personalmente por la situación militar del regimiento de Artillería y enviar urgentemente a un general para realizar una inspección in situ.
Fragmento del libro La furia de Caronte. Crónicas, relatos, cartas y libros. La guerra (in)civil en Getafe