Tenga en cuenta el lector que esta anécdota está relatada en el libro ‘Las últimas soledades de Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José‘, siendo difícil de adaptar a ese género que mezcla la historia con la ficción, como una más de nuestras historietas. Se trata de una biografía emocional escrita en el exilio (Chile) en 1940 por el pintor José Machado Ruiz, regalo de nuestro amigo el poeta Manuel Antonio Martínez Castillo, a quien debo la idea de escribir —sabiendo él de mis manías— sobre este hecho acaecido en Getafe aunque poco conocido y del que no habíamos tenido noticia. Utilizaremos los textos de José Machado Ruiz, y de otros, entrecomillados, intercalando aclaraciones sobre el mundillo literario y artístico de la época y algunas digresiones propias de ámbito local.

La anécdota, «quizás lo menos interesante y trivial en los autores de una obra», no está fechada exactamente aunque el tercero de los hermanos Machado segura en uno de los párrafos previos que tratará de «recordar los tiempos en que [Antonio] hacía la preparación para sus oposiciones a cátedras de Francés en los institutos de provincias». Un objetivo que el autor de Campos de Castilla consiguió en 1907. También parece que aún no había aparecido la primera edición de Soledades (1903) en la que junto a otros autores, incluido su hermano Manuel o su amigo Antonio de Zayas, Francisco de Villaespesa o Juan Ramón Jiménez se aparta de los amarres y lamentos de la generación del 98 para embarcarse en el modernismo en pos de Rubén Darío, el ‘príncipe de las letras castellanas’. Suponemos, pues, que el acontecimiento que nos ocupa tuvo lugar en torno a 1900. Reseñemos entonces que Manuel Machado, nacido en 1874, tenía 26 años; Antonio, 25; y José, 21. Afortunadamente, a pesar de las numerosos reclutamientos de jóvenes para la guerra de Cuba desde 1895, ninguno de ellos tuvo la obligación de acudir a pelear en la sangrienta manigua en la que murió el poeta José Martí.

El caso es que Manuel, Antonio y José Machado Ruiz vivieron su infancia y juventud en Madrid junto a sus otros hermanos. A punto de doblar el siglo XIX, Manuel y Antonio estuvieron una temporada en París, lugar que Antonio visitaría otro par de veces, la última en 1911 con su esposa Leonor.

Ociosos tras acabar los estudios en la Institución Libre de Enseñanza y en el Instituto, los tres jóvenes hermanos Machado, inseparables como un valioso mineral amalgamado del que, con el tiempo, se extraerían tres metales preciosos, se entregaron a la vida bohemia de finales del siglo XIX y principios del XX. Una vida despreocupada, sentimental y picaresca, rica de ilusiones. Cafés de artistas, tertulias literarias, tablaos flamencos, los toros o las mujeres; todo les interesaba. José lo describe de esta forma:

«Según era nuestra costumbre, todas las tardes salíamos a dar un paseo para alejarnos de la ciudad. La camitanata solía ser muy larga y al final, invariablemente recalábamos en el café, para reunirnos con nuestro hermano Manuel, formado así la tertulia de los tres hermanos que duró hasta que llegó la guerra».

«El cariño entrañable de estos hermanos [Antonio y Manuel], —escribe el tercero, siempre en armonía— y su conjunto amor a la poesía los une en el transcurso de la existencia». Además de los tres hermanos Machado, el grupo se agrandaba con otros amigos de la infancia como el poeta Antonio de Zayas, los actores Ricardo Calvo y Antonio Vico o el poeta y dramaturgo modernista Francisco de Villaespesa. A todos les deslumbraba el azul de Rubén Darío y la rebeldía de Valle-Inclán. En unas reuniones y en otras, en todas, al fin y al cabo, se armaban, casi en ‘zafarrancho de combate’, «acaloradas disputas, discusiones y polémicas que tan frecuentes son entre las gentes de letras», y más aún, entre los poetas, como dice nuestro amigo Mariano García.

Sin embargo —relata José Machado—, «Antonio gustaba de la intimidadad y, en esas horas de recreo, de diálogo cordial, prefería la compañía de los suyos y de las personas que merecían sus estimación. De ahí que la tertulia de los Machado fuese inestable e itinerante dentro de la ciudad, esto para evitar el crecimiento excesivo del grupo, según acontecía, una y otra vez, y dar esquinazo a los tertulianos excesivamente locuaces que el poeta no soportaba».

Eran, como son siempre, «tiempos en que se preparaba —digamoslo así— el asalto al poder… literario, echando por tierra a los pobres vejetes y en el que se llegaba a veces al insulto personal. Por ejemplo, llamaban a Echegaray los neófitos más inflamados ‘el viejo idiota. Naturalmente que estos vocingleros no han sido, ni lo serán nunca, ni los mejores ni los más inteligentes, sino los más osados». Era sin embargo una época en la que resultaba fácil recoger estímulos de los intelectuales de la época.

Antonio y Manuel Machado

Antonio y Manuel Machado amaban la poesía y el teatro, de una forma irrefrenable. Es conocida la «extraordinaria» afición de Antonio al teatro. «Desde niño lo frecuentaba. Allá por el año 1900 llegó hasta tal punto que, que no solo trabajó en funciones de aficionados, sino que logró entrar en la compañía de la Guerrero, como ‘meritorio’. Estuvo toda una temporada sin conseguir en ella más que un papel de cuatro palabras. Y para eso tenía que compartirlas con otro meritorio. Una noche le tocaba decirlas a él, y otra al compañero. Al cumplirse así, una vez más, el brillante porvenir de casi todos los meritorios, que en el mundo han sido, acabó por dejarlo».

«Durante ese noviciado se pasaba las horas ante el espejo haciendo gestos y contracciones con los músculos de la cara para conseguir diversas expresiones, tomándose muy en serio —como todo lo suyo— el estudio fisiognómico».

«Por aquel entonces se gastaba el poco dinero de que disponía en ir a ver a los actores italianos y franceses que algunas temporadas venían a España. Por lo tanto conoció ya desde niño el teatro de fuera y del de dentro, por ir casi todas las noches al Teatro Español en compañía de su inseparable hermano Manuel, por el que sentía tanta admiración como cariño. Allí conoció al futuro actor Ricardo Calvo [Agostí] y al poeta Antonio de Zayas que, desde entonces, fueron sus dos íntimos amigos».

Ricardo Calvo Agostí nació el mismo año que Antonio Machado; era nieto e hijo de los también actores José Ramón Calvo Rubio y Ricardo Calvo Revilla respectivamente, así como sobrino del dramaturgo Luis Calvo y del actor Ricardo Calvo. Menuda saga teatral.

Con estos antecedentes familiares, Ricardo Calvo lo tenía escrito casi en los genes. Desde esos primeros años de juventud, antes de iniciar su carrera profesional como director escénico, el actor organizó diversas compañías de teatro aficionado para actuar en escenarios de Madrid y alrededores, y graduarse como director teatral.

Antonio Machado pintado por su hermano José en 1940

Desconocemos, a pesar del libro de José Machado, si la compañía de Ricardo Calvo allá por 1900 tenía algún nombre o solo era una confluencia de amigos, artistas, comediantes y otras gentes de la farándula. Lo que sabemos es que Antonio Machado era el actor principal dentro del elenco. Además , participaba su hermano, el pintor José Machado, que lo relata en el libro citado arriba y en mayor o menor medida, sin atisbo de seguridad, Manuel Machado y Antonio de Zayas.

Antonio trabajaba «en no pocas ocasiones como aficionado en casa de amigos particulares, y más adelante, en algunos salones que se arrendaban y en los que las entradas eran de pago. En el Salón Zorrilla, que era el que estaba más en boga en aquella época, desempeño dos papeles de muy distinta índole. Uno en el drama de Guimerá ‘Mar y cielo’, en el papel de carácter del intransigente padre de la joven protagonista. Y otra, en el papel de un atribulado don Juan, de una pieza cómica de don Miguel Echegaray, hermano del célebre don José».

Antonio Machado, en contra de lo que luego describiría como su «torpe aliño indumentario» era un hombre bien parecido, delgado según la foto que existe de 1910, que procuraba vestir de forma elegante y discreta, aunque no era partidario de lo que calificaba como trajes ‘ratoneros’ [ceñidos y estrechos] que tras un tiempo reviven en la moda masculina, sin importar la anchura de hombros, el tamaño del culo o, en demasiados casos, la escasa cintura y abultada barriga. Aquel domingo, supongamos que del mes de mayo, Antonio Machado se vistió de punta en blanco, como era habitual entre las gentes del teatro y más en su caso al figurar como la estrella de la compañía.

«Esta afición le llevó en cierta ocasión a Getafe, pueblo inmediato a Madrid para hacer el papel del Rey don Pedro III de Aragón, en la leyenda trágica en verso de José de Echegaray titulada: ‘En el seno de la muerte’ (1879). La compañía quería representar este sombrío drama un domingo por la tarde. Todos íbamos en el supuesto de, cuando menos, pagarnos el billete de vuelta del tren, una vez hecha la función. Pero el hombre propone y…»

Tendremos que aludir, o reseñar al menos la coincidencia; el autor de la obra, el ingeniero, matemático, físico, político y dramaturgo José Echegaray había dedicado este drama —según consta en el ejemplar de la Biblioteca Nacional consultado— y otras obras al «eminente» actor Rafael Calvo Revilla (1842-1888) patriarca de una saga familiar dedicada al teatro. La dedicatoria de Echegaray al actor dice así en el libro consultado:

«Al eminente actor Rafael Calvo. A usted, que con su gran talento y con su altísima inspiración, ha dado vida a este drama, el sublime horror trágico a que yo aspiraba a su pensamiento, y a mí un triunfo que nunca olvidaré, dedico esta obra, en prueba de gratitud, de amistad y de admiración».

El otro amigo íntimo de los hermanos Machado y de Ricardo Calvo era Antonio de Zayas, un aristócrata de origen granadino que militó en el modernismo contra el academicismo y la retórica decimonónica. Tres o cuatro años después, Antonio de Zayas protestaría junto a Valle-Inclán y otros modernistas como Villaespesa por el orenui Nobel de Literatura concedido a José Echegaray. en 1904

Plano de Getafe en 1910

El Gran Teatro de Getafe

La mesnada del Rey don Pedro III de Aragón [Antonio Machado], el director de la compañía, Ricardo Calvo, la joven dama que encarnaría el papel [suponemos] de de la Condesa Beatriz, de la que no tenemos su nombre, y el resto de vasallos, capitanes y escuderos, se bajó del tren y enfiló el paseo de la Estación que conducía al pueblo, flanqueado por jóvenes y aromáticas acacias, dejando siempre a la derecha la modesta edificación donde se había hecho realidad el sueño del Padre Faustino Míguez, unconvento de monjas que educara a las niñas y la verja de los jardines y los testeros del colegio de los Escolapios.

Portón de entrada entrada al jardín de los Escolapios en torno al año 1920

La elegante comitiva, ante la sorpresa de los vecinos, llegó hasta la calle de Olivares a la altura de la casa del raro e irreverente Silverio Lanza, giraron a la derecha en dirección al Ayuntamiento, cerca del cual se encontraba el ‘Gran Teatro’ de Getafe. Aquí, residía el dramaturgo Ricardo de la Vega. Antonio Machado y Ricardo Calvo, quizás lo recordaron, se burlaban de su obra. De Getafe al Paraíso o la familia del Tío Maroma. Quizás debía haber dejado como única y definitiva la segunda parte del título. El pueblo triste y polvoriento, como cualquier villa manchega de la época, no destacaba por su belleza ni por su comodidad.

En ese año, el teatro de Getafe estaba ubicado en la Travesía de la calle Leganés [a la Plaza de la Constitución], denominada años más tarde como Don Fadrique [de Toledo], en honor de un personaje que estuvo al servicio de los Reyes Católicos.. El local estaba adosado a la antigua farmacia, en lo que hoy es la Casa de la Juventud y la antigua Casa de la Cultura. De uso múltiple, funcionaba como escenario teatral y como recinto de baile, especialmente durante las fiestas patronales en honor de Nuestra Señora la Virgen de los Ángeles; el edificio, yantes del siglo XIX , había sido, como la antigua cárcel, alfolí y pósito de grano..

Plano del casco urbano y de los futuros ‘ensanches’ de Getafe en el año 1900

En los años 50 del siglo XIX, María Fernández Gómez, —más conocida como Mariquita la Música— adquirió los terrenos de la ‘huerta de Lártiga’ [apellido del propietario del solar que ahora ocupan los edificios antes citados, la calle Guadalajara que entonces no existía y el actual colegio del Sagrado Corazón], delimitados por la citada travesía de Leganés, la calle Leganés y Lártiga. Allí, construyó Mariquita un teatro que bautizó como ‘El Talismán’ y que se inauguró en 1862. Lugar indispensable en el recreo y el ocio de los getafenses de la última mitad del siglo XIX.

Ricardo de la Vega lo cita en un poema que publicó en El liberal a principios de siglo con motivo de las fiestas patronales de Getafe:

« —¡A bailar los de Jetafe!
» —¡A bailar los forastero…!
» Allí bailaban [en la plaza del Ayuntamiento] alegres las Cervera, las Deleitos, las Benaventes, las Gómez, las Cifuentes, las Herreros, las Valtierra, las Varas, las Butragueño, […] y cien más que no recuerdo. Y vengan valses y polcas, muy íntimas, por supuesto, mientras las bombas estallan y arde el castillo de fuego.
» ¡Muchachas! ¡Tregua un instante y a seguir el bailoteo en el teatro, si doña Mariquita accede a ello!.
» —¡Doña Mariquita accede!
» —Bendito sea su genio!
» —¡Viva doña Mariquita!».

Preguntará el lector, supongo, ¿pero quién era tan importante personaje? ¿Quién era el dueño del inexpugnable local, rotulado tan pomposamente como ‘Gran Teatro’ de Getafe?

A finales del siglo XIX, desconocemos una fecha más exacta—, Mariquita la Música vendió el enorme solar, incluidos el teatro, a Antonio de la Fuente, un personaje, algo vanidoso, con muchas y poderosas influencias en la política de Madrid, con ínfulas de predominio social y, sobre todo, creso. Tras su adquisición, el recinto pasó a llamarse Gran Teatro, no siendo hasta 1910 que procedió a su reforma e inauguración.

En su obra ‘Getafe’ publicada en 1890, dentro de la colección ‘Biblioteca de la provincia de Madrid, su autor, Juan Francisco Gascón, cita a Antonio de la Fuente: «El Registro de la Propiedad, establecido en la calle de Leganés, y dirigido por don Antonio de la Fuente, tiene a su cargo infinidad de asuntos que hacen imposible el pronto despacho de los mismos, a pesar de la laboriosidad de tan distinguido Registrador. Le auxilian en su tarea un Oficial mayor y cuatro Auxiliares». En cuanto al teatro, Gascón escribe: «Getafe levantó en 1862 un bonito teatro. En él pueden acomodarse perfectamente más de trescientas personas. Funciona muy irregularmente, sin que podamos comprender la causa de esa pasividad que se nota en el vecindario teniendo cerrado la mayor parte del año un centro que tantos elementos de cultura representa en un pueblo, cuando existen personas de iniciativa y de ilustración, amantes de la reforma de nuestras costumbres y con desarrollo de espíritu de sociabilidad».

La reforma del Teatro, suponemos que posterior, al intento de Pedro III de Aragón de tomar Getafe, dotó al Gran Teatro de asientos decentes en la platea, palcos en la primera planta y el gallinero, así como un escenario de 120 metros cuadrados y 11 camerinos. Columnas de hierro fundido y un techo decorado con cuatro medallones pintados al óleo con los retratos de Chapí, Calderón de la Barca, Caballero y Ayala; el lector habrá notado que que Antonio de la Fuente no era muy amigo de Ricardo de la Vega. Además del Gran Teatro del Registrador había otros locales en Getafe con pretensión de teatros, siendo el más importante el regentado por la Asociación la Gran Piña, en la Plaza del General Palacio esquina a calle Cruz, y que, de vez en cuando, ofrecía sesiones de zarzuela.

La estación en 1851. Biblioteca del Palacio Real de Madrid

Mutis por el foro

«El caso fue que creyendo que ya estaba todo hablado con el dueño del teatro nos encampamos allí. Cuando hete aquí que como nadie le había dicho una palabra, el teatro estaba cerrado a piedra y lodo. Inmediatamente se procuró buscar por todo el pueblo a tan importante personaje para que diese la orden de que se abriera —Oh, llaves del cielo—, el anhelado local y poder representar el trágico drama. Hay que tener en cuenta que ya debía venir camino para Getafe [en un tren posterior] un gran cajón y un inmenso baúl con todos los trajes, las cotas de malla, espadas, cascos etc., que una tan inmensa tragedia requería».

«En aquellos momentos [de la aún plácida tarde dominical] llegó el peluquero de la compañía diciéndonos que habían resultado inútiles cuantas pesquisas se habían hecho para encontrar al dueño del teatro y que, por lo tanto, no se podría realizar la función».

«Tuvimos que retirarnos, —continúa la narración de la anécdota José Machado mohinos y cabizbajos hacia la estación. El frustrado Rey don Pedro oyó que a su paso las gentes del pueblo cuchicheaban diciendo: Este es uno de los cómicos que se escapan para no trabajar, Esto nos lo dijo el monarca ya en el andén. Claro que allí estalló otro conflicto. Se hizo el arqueo de las monedas que cada cual llevaba y se vio claramente, que la mayoría del elenco forzosamente tendría que volverse a pie a Madrid. Solamente se logró conseguir que regresaran en tren la dama joven y el peluquero, que frisaba ya los setenta años. Y esto pudo ser gracias a la generosidad del poeta [Antonio] que no dudó un momento en sacar del bolsillo las tres únicas pesetas que tenía».

Y lo peor, sin duda, aún estaba por llegar. José Machado lo hace con la picardía del que, viviendo desde hace años fuera de su lugar de nacimiento, aún conserva el gracejo andaluz.

«Pocos minutos después de haber salido para Madrid la dama joven [parece que José Machado tampoco recordaba su nombre] y el peluquero viejo ¡oh sarcasmo!, teníamos instintivamente que retroceder en la acera del andén, ante la impetuosa llegada del tren que nos traía los baúles con la indumentaria y las armas del Rey, del Conde de Argelez, etc., elementos todos tan precisos para dar la sensación histórica del drama en el pueblo de Getafe. En esto estábamos cuando, por la otra puerta del andén, apareció corriendo y con la lengua fuera el propietario del teatro, el mismísimo Antonio de la Fuente diciéndonos a grandes voces que se podía dar la función».

Y efectivamente, ya se oía el tambor que alguien hacía redoblar, anunciando al pueblo que por la noche se representaría el drama de Echegaray ‘En el seno de la muerte’.

Nuestro poeta, en el papel aún de rey don Pedro, se mostró consternado al oír el pregón y el tamborilero, hizo el gesto de arrojar los baúles y cajones, que ya reposaban en el suelo del andén, al dueño del teatro.

Busto de Antonio Machado, por Emiliano Barral

«Y tomando una resolución suprema —y tremendamente teatral— salió del andén pitando, digo pitando porque salió a toda velocidad por la vía del tren, seguido del Conde de Argelez, protagonista del conflicto de la obra y del que nos veíamos en aquel momento. Los vasallos, claro, los seguimos sin rechistar».

«El propietario del teatro, atónito, cayo materialmente sentado sobre uno de los cajones contemplando aquel mutis de toda la compañía».

La comitiva siguió su «acelerada marcha haciéndose de noche. Y cayendo aquí y resbalando allá, por los lados del pedregoso terraplén que sostenía los rieles del ferrocarril y dándonos, además, de trecho en trecho, algunos encontronazos en los postes del telégrafo, llegamos todos, ¡al fin!, a Madrid, sin representar el drama que mejor pudiera haberse llamado: ‘El rigor de las desdichas’».

Antonio Machado. Óleo sobre lienzo de Joaquín Sorolla (1917). Hispanic Society of America (Nueva York)

A lances como este llevó a Antonio Machado su afición por el teatro.

«Por cierto —termina la anécdota el tercero de los hermanos Machado—, que eran ya más de las doce y media de la noche cuando llegamos a la Villa y Corte y aún no habíamos probado bocado. En vista de lo cual se decidió, por aclamación, el empeño de un bastón con puño de plata del director de la compañía, Ricardo Calvo. Todavía no se haabía dedicado en serio al teatro y ya le pasaban cosas tan serias. Con su importe no diré que comimos: engullimos, haciendo almuerzo, comida y cena de una sola vez». La gazuza y los trajes raídos eran parte de la vida bohemia en la capital de la monarquía.

«Pero eso sí, encantados de la aventura».

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS

IMAGEN SUPERIOR: Retrato de Antonio Machado en 1910. Museo Nacional de Teatro de Almagro.
—LIBRO: Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José. José Machado Ruiz. Ediciones de la Torre. Madrid, 1999.
IMAGEN DE ANTONIO Y MANUEL. Portada de La Lola se va a los puertos de Antonio y Manuel Machado.
RETRATO AL ÓLEO. José Machado pintó a su hermano Antonio Machado en 1940, después de su fallecimiento en Colliure (Francia).
FOTOGRAFÍA DE ANTONIO MACHADO. Revista La Esfera 2 abril de 1927, con motivo de su ingreso en la RAE
—LIBRO: Getafe. Juan Francisco Gascón. Biblioteca de la provincia de Madrid. Diputación Provincial de Madrid. 1890.
PLANO de la Villa de Getafe y proyecto de su reforma y ensanche. Copiado por Inocencio Hernández. Instituto Geográfico Nacional.
PLANO de Getafe en 1910
—LIBRO: Las calles tienen su historia. Manuel de la Peña. Ayuntamiento de Getafe 1999.
BUSTO DE ANTONIO MACHADO. Emiliano Barral presentó este busto de Machado (creo que el original está desaparecido) en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1922, según informó la revista la ‘La Esfera’ y, a cambio, el poeta le dedicó la composición «Al escultor Emiliano Barral», publicada en Los Lunes de El Imparcial (28 mayo 1922) y luego recogida en Nuevas canciones (1924). En la Casa-Museo Antonio Machado en Segovia hay una copia del busto realizada por Pedro Barral.
RETRATO de Antonio Machado, Joaquín Sorolla. Öleo pintado den diciembre de 1917