Podría empezar con imágenes muy blanquecinas, sin contraste, incluso en blanco y negro, del estudio de un pintor; un caballete con su bata, cuadros en las paredes, una mesa con pinceles, lápices, tinta china, una ventana, un mueble archivador como el de la sacristía de la Magdalena con carpetas y dibujos…(sí, tenemos la descripción del taller de Vierge del mismo mes que murió…)

[ESCENA EN EL TALLER DEL PINTOR]:

La escena está narrada por el periodista y escritor Luis Bello unos días después del óbito de Daniel [Urrabieta] Vierge, el Príncipe de la Ilustración Moderna, ocurrido un día como hoy, 10 de mayo, de 1904. Vierge, aunque adoptado por los franceses como hijo predilecto, es el artista getafense más universal; sin duda. Como hemos dicho, hasta la saciedad, Vierge nació el 5 de marzo de 1851 en Getafe. Era hijo del también ilustrador Vicente Urrabieta Ortiz y de Juana Vierge de la Vega.

«París, mayo de 1904. He visitado hoy la casita de Boulogne-sur-Seine, donde Vierge acaba de morir. La amable cortesía de su hijo —artista también de condiciones personales que le abren un porvenir seguro— me ha permitido ver el estudio en elque se confinó Daniel Vierge después de recibir el primer y formidable golpe de su enfermedad.

Todo está como él lo dejó. El caballete, con viejos croquis desempolvados; en el sillón de tijera, una blusa de trabajo, y encima, carpetas con apuntes y reproducciones. La tinta está fresca todavía en el platillo; los lápices, revueltos, como si acabaran de servir. La luz del sol entra por la amplia cristalera, y da de lleno en una lámina de papel inmaculado. Con la luz entra la alegría del bosque cercano y el trinar de los pájaros en los árboles del jardín. Una serenidad grata y apacible reina en el taller. Y como sé que él no ha de volver a sentarse antes su caballete, y que nadie puede decirme dónde está el espíritu que había de reflejarse en la lámina inmaculada, recorro la estancia con el recogimiento del creyente al pisar las losas del templo. Todas aquellas cosas son trastos suyos, testimonio de su vida mortal, cerca de la mesilla, en que yacen desparramados bocetos y trabajos, hay una máquina de coser. Unas telas tendidas sobre el escaño con trágico abandono me hacen adivinar ahora alarma repentina: la muerte apareciendo de pronto en una de calma y labor.

Junto al cuartito de trabajo hay un salón espacioso, cuyas altas paredes está cubiertas de cuadros y dibujos. En ellos puede seguirse toda la historia de Urrabieta Vierge. Los primeros tanteos de la vocación, obras de los quince años, hechas bajo el influjo directo de los Caprichos de Goya, los croquis tomados en las barricadas y en las murallas de París durante el sitio y la Commune; apuntes sinceros y rapidísimos, hechos con todo el fuego de la mocedad… Voluntarios terribles como bandoleros, ciudadanos convertidos en soldados de un día; mujeres desgreñadas compañeras de los patriotas… Algunos de estos croquis aparecieron en Le Monde Illustré. Era un muchacho fuerte y alegre el que se presentaba, chapurreando francés, con un acento español de recién llegado que promovía sonrisas y simpatías. Al publicarse, todos admiraron en aquel muchacho al artista de pura raza española, capaz de vivir con en su casa en este centro del arte universal.

Hay en el testero del estudio un gran armario sólido como el de las viejas sacristías, donde guardaba Vierge el tesoro de las ilustraciones de las obras clásicas: El Quijote, Gil Blas, el Buscón. Revolvemos los cajones; desatamos las cintas. Aparecen los originales, las primeras pruebas de las láminas, y una colección inagotable de bocetos y apuntes. Vierge recorrió España antes de emprender su obra; sus estudios de paisajes en los campos y en los pueblos constituirán por sí solos una Exposición interesantísima.

Los tipos que copió son españoles, sin disfraz ni mascarada. Luego, al llevarlos a las páginas de sus ilustraciones, no hizo más que darles la nobleza y la magnífica amplitud de lineas de su arte privilegiado, grandioso hasta en las miniaturas. No fue un explotador de nuestra leyenda pintoresca. No necesitó pintar una España en caricatura para que en Francia y en todas partes reconocieran el espíritu de nuestra raza.

En esos cartones, que ocupan muchos estantes, y en los cuadros que cubren los muros, está toda la época de plenitud de Vierge. No se interrumpe ya hasta su muerte. No hay diferencia alguna entre las obras de los treinta años y las que trazó luego cuando la hemiplejía le obligó a adiestrar la mano izquierda. Algún día, cuando se junte en una Exposición Vierge toda la obra dispersa de este trabajador incansable, causará asombro ver la fecundidad y la solidez de su genio.

El último cuadro y el último dibujo

Vienen luego los últimos recuerdos del artista. Cubierto por un lienzo negro está el último cuadro terminado hace muy poco. Es una episodio de la guerra franco alemana, pensado y pintado a la española. Levantándose del lecho revuelto, medio desnuda, una mujer se defiende de un soldado alemán que ha invadido su hogar. Una vieja, la madre, asoma detrás de él su cara arrugada y sus ojos brillantes, y en la mano huesuda blande un cuchillo para clavárselo en la espalda.

Dibujo de Vierge incluido en el libro Aux victimes de la guerre russo-japonaise’. Texto incrustado: «L’avant-veille de sa mort, Daniel Vierge termina ce dessin; se fut un sentiment généreux que soutint son dernier effort». [El día antes de su muerte, Daniel Vierge terminó este dibujo; fue un sentimiento generoso que sostuvo su último esfuerzo]

El último dibujo es la portada —aquí está equivocado Luis Bello, se trata de un grabado interior—para una obra que, por encargo del editor Pelletan, hizo para una obra acerca de la guerra ruso japonesa. El boceto está compuesto con mano firme y rápida, que no revela la proximidad del final. El ruso se prepara para lanzar el al oso contra el dragón, azuzado por un guerrero japonés.

Junto al caballete tenía Vierge otro boceto, desempolvado de entre el archivo de cosas antiguas. Es una corrida de toros en una plaza de pueblo. El toro ha subido las escaleras del Ayuntamiento. El público se descuelga por las vigas de la galería. Los mozos intentan sujetar al invasor. Quería, sin duda, refrescar el recuerdo de esta impresión recogida hace muchos años en sus excursiones por Castilla, y pintar un cuadro vivo y luminoso que tendría para él el encanto de su retorno a la juventud.

Todos estos proyectos no son más que memorias piadosas para el afecto de los que conocieron al artista y al hombre. Lo que queda de él es su labor, esparcida en libros y periódicos, y esta valiosa colección guardada por la familia en la casita de Boulogne-sur-Seine. El sol nos llama, cayendo sobre los cristales de la claraboya en un desplome de calor y luz. Volvemos al camino de la Tourene. Las acacias pomposas desparraman sus flores sobre la arena de los paseos. Un grato perfume de primavera regocija los sentidos. Los árboles lucen verdor intenso, y los rayos de sol se amortiguan sobre la huerta húmeda. En este rincón apacible Vierge fue muy feliz. Retiro sosegado; vida de trabajo en medio de una naturaleza amable y civilizada; amor por su arte y fortaleza para vencer la mala fortuna… ¿No creéis, como yo, que hay algo digno de envidia en este ocaso del impedido de Boulogne?».

Dionisio Pérez, que recoge las palabras de Luis Bello en su libro sobre el artisa getafense, saca su propia conclusión: «Se publicó esta crónica en 1904. Nadie en España tuvo la idea de acudir a Paris y rescatar del dominio francés aquel tesoro de arte español que dejara Urrabieta Vierge. Frente a la incompetencia del Estado, la indiferencia de un país mal educado, frente a los que desdeñan el arte y la cultura, debería funcionar un bloque periodístico que muestre preocupaciones espirituales».

«Seguramente, en aquel día de mayo de 1904 en que el diario España publicó aquella crónica de Luis Bello, —mejor diríamos información, noticia o relato— todos los diarios que aparecieron en Madrid dieron cuenta fiel de los sucesos que acaecieron en la capital: la sesión del Ayuntamiento, los partes de las comisarías de Policía, la vista de causas criminales en la Audiencia, las banalidades dichas por políticos hueros en los pasillos del Congreso. […] ¡Oh, cuantas veces se ha enterrado, no una información, sino a España entera, en esta confabulación del silencio periodístico!».

Al igual que entonces, en Getafe, tras años de ser el primero en señalar su origen ‘hambrón’ y reivindicar su necesario reconocimiento como hijo predilecto, nadie, ningún grupo político, ni institución cultural, ha propuesto que al menos se rinda homenaje a Daniel Vierge con el nombre de una calle, igual que debería pasar con su padre, Vicente Urrabieta Ortiz, y con su hermano Samuel Urrabieta Vierge.

REFERENCIAS Y BIBLIOGRAFÍA

IMAGEN SUPERIOR: Último cuadro de Daniel Vierge, en el caballete durante la visita de Luis Bello al estudio del artista recién fallecido. No hemos sido capaces de encontrar la imagen del cuadro a todo color a pesar de la búsqueda en Gallica, en otras bibliotecas y museos franceses; seguramente, el óleo acabó en alguna colección privada. Valga, para ilustrar la entrada, el grabado, con el mismo tema y composición, en blanco y negro aparecida en prensa.
Daniel Vierge, el renovador y el príncipe de la ilustración moderna. Dionisio Pérez. El libro del Pueblo. Compañía Ibero-Americana de Publicaciones. Madrid, 1929.
GRABADO GUERRA RUSO JAPONESA. ‘Aux victimes de la guerre russo-japonaise’. Texto de Anatole France. Ilustrado por un grupo de artistes. Editions d’Art Pelletan. Paris 1904. Texto incrustado: «L’avant-veille de sa mort, Daniel Vierge termina ce dessin; se fut un sentiment généreux que soutint son dernier effort» [El día antes de su muerte, Daniel Vierge terminó este dibujo; fue un sentimiento generoso que sostuvo su último esfuerzo]. En gallica.bnf.fr/ark

GRABADOS DEL QUIJOTE REALIZADOS EN GETAFE. Losdibujos para el Quijote, se quedaron en su estudio y más tarde fueron comprados por la Hispanic Society of América, la Biblioteca del Cigarral del Carmen de Toledo y coleccionistas particulares.