La victoria del Frente Popular en los comicios del 16 de febrero de 1936, a pesar de las denuncias de pucherazo, fraude y falsificación de los resultados en algunas provincias, había animado a las fuerzas de izquierda a redoblar sus acciones en pos de la revolución. Las dos Españas se habían enfrentado a vida o muerte durante la campaña electoral, el día de las votaciones y en los cuatro días posteriores que duró el recuento. España se había quebrado y ardía por los cuatro costados; la locura colectiva, de uno y otro bando, había arraigado en las calles sin posibilidad de cura ni terapia. No eran pocos los dedos que amenazaban y que, tristemente, convertidos en armas mortíferas, mandaban al reposo eterno a los señalados como enemigos a batir.

El 28 de enero de 1936, a poco más de dos semanas de las elecciones, la Casa del Pueblo de Getafe permanecía cerrada por orden gubernativa. Los periódicos afines al Frente Popular se hacían eco de la anomalía democrática. «Hace catorce meses que la Casa del Pueblo de Getafe permanece clausurada gubernativamente. No existe ningún proceso ni sentencia judicial que lo justifique. Están en vigor las garantías constitucionales y estamos en periodo electoral, y mientras se permite a unos cuantos señoritos vagos y a unos obreros traidores al proletariado manchar las paredes con carteles provocadores e injuriosos a los trabajadores, la Casa del Pueblo sigue clausurada contra todo derecho y justicia».

El 2 de febrero, el Comité del Bloque Popular Antifascista de Getafe anunciaba: «Este Comité pone en conocimiento de todos los habitantes de la localidad que la Comisión electoral funciona todos los lunes, miércoles y viernes, de siete a nueve de la noche, y los domingos, de diez a doce de la mañana, el local afectado a la Casa del Pueblo, en la calle Leganés número 17, 19 y 21. Firmado el presidente del Bloque Popular Antifascista, Daniel Ovalle».

Una vez terminado el consejo de ministros celebrado el 14 de febrero de 1936, el jefe del Gobierno, el centrista Manuel Portela Valladares, charló con lo periodistas. Primero censuró la disolución de los Ayuntamientos de elección popular en Guadalajara por el Gobernador de la provincia. «En efecto, el Gobierno, hasta ahora, que yo sepa, no ha permitido que fuera destituido ningún Ayuntamiento de elección popular en ningún punto de España. Y por tanto no merece la aprobación lo hecho por el Gobernador de Guadalajaro con Brihuega y Tendilla». Antes de regresar al coche, el jefe del gobierno regresó junto a los informadores y les dijo: «Me acaba de decir un compañero de ustedes que circula el rumor de que en Getafe se encuentran dos banderas del Tercio. Es un rumor, no solamente inexacto, sino absurdo, totalmente absurdo. No se traerán fuerzas de Marruecos». Faltaban dos días para las votaciones.

Tras las elecciones generales del 16 de febrero, una de las primeras medidas adoptadas por el nuevo Gobierno de la República fue la renovación por decreto de algunas entidades locales, entre ellas la de Getafe. Así, el nuevo Gobernador Civil de Madrid envió un oficio al Ayuntamiento pidiendo la dimisión de los ediles elegidos en los comicios del 12 de abril de 1931 para ser sustituidos por una lista de personas designadas a dedo. Aunque en aquellos comicios del 31 resultó ganador Luis Martín Pérez, los ediles eligieron a Mariano Benavente González como alcalde.

Aeródromo de Getafe el día 19 de julio de 1936. Al fondo el Cerro de los Ángeles. (Foto: Ruano. Ahora, 26/7/1936)

El 15 de marzo de 1936, el gobierno nombraba Jefe de la Primera Escuadra de Aviación, en Getafe, al teniente coronel de intendencia Antonio Camacho Benítez, y para el sexto regimiento de Artillería ligera al coronel de la propia arma Don José Cabanyes Mata

Un avión se prepara para atacar el cuartel de Artillería.  (Foto: Ruano. Ahora, 26/7/1936)

El mismo día  15 de marzo, en Getafe,  se reunió la Corporación para tratar el escrito del Gobernador Civil de Madrid. El alcalde hizo constar que cumplía y acataba la orden contenida en el oficio del Gobernador Civil de la provincia, al que se había dado lectura, y en su virtud hacía entrega del Ayuntamiento a los señores designados, pero que ni él ni sus compañeros habían dimitido, ni dimitían del cargo y que consideraban arbitraria la aceptación de la dimisión que decía el oficio de referencia; solicitando que se le expidiera certificación del acta y reservándose el derecho a apelar en la forma que le conviniera.

Así, a pesar de la queja vana, dejaron sus cargos Mariano Benavente, Luis Martín, Valentín Benavente, Marcelo Cervera, Emilio Butragueño, Anastasio Deleyto, Miguel de Francisco, Lisardo Martín, Laureano Cervera, Felipe Sacristán, Gregorio Pérez y Eusebio Antón; la lista de la nueva Junta Gestora estaba encabezada por Daniel Ovalle González, miembro del PCE, y se completaba con Francisco Lastra Valdemar y Luis Tordesillas Parrondo, ambos de las Juventudes Socialistas, Gregorio Estévez Fernández, Óscar Jerez Benavente y Rogelio Martín González, del Sindicato de Obreros Metalúrgicos, Francisco Hernández Manzano, del Sindicato de Albañiles, Javier Tamarit Ruiz de Porras y Félix Robledo Cue. En la votación resultó elegido presidente de la Comisión Gestora Javier Tamarit y, como tenientes de la Comisión Gestora, Daniel Ovalle y Francisco Lastra.

Getafe celebró el 14 de abril de 1936 el quinto aniversario de la proclamación de la II República engalanando numerosos balcones con la bandera tricolor. El día había amanecido gris; llovía, no abundantemente, pero sí de forma pertinaz. Los cartelones conmemorativos de la efeméride con los que se habían empapelado las fachadas de los edificios y hasta las tapias de los corralones, se descolgaban o se escurrían por la humedad.

En el paseo de la Castellana de Madrid se celebró un desfile militar con algunos incidentes. Las crónicas se referían a un borracho que lanzó una traca de petardos en las inmediaciones de la tribuna presidencial, colocada frente a la calle Ayala, y a tiros cuando los efectivos de la Guardia Civil pasaban por la Plaza de Colón. Los disparos provocaron un muerto y varios heridos. Al acto había acudido el Presidente interino de la República desde hacía justo una semana, Diego Martínez Barrio y el Presidente del Gobierno, Manuel Azaña, con todos sus ministros, salvo los de Trabajo y Hacienda que se encontraban ausentes de Madrid.

En Getafe, además de los mítines y otros actos políticos y sindicales de obligada celebración, las Juventudes Socialistas y Comunistas de la localidad organizaron una carrera de bicicletas con cinco premios, tres en metálico y dos en objetos. Desde las diez y media de la mañana hasta la una de la tarde tuvo lugar una gran Fiesta de la Aviación con «sensacionales evoluciones de cuatro escuadrillas de aviones del Centro de Aviación de Getafe». A las cuatro y media de la tarde, tuvo lugar un festival aéreo con el «sensacional lanzamiento de paracaídas del parachutista número 2, Tomás Herreros Pérez, el cual se lanzará al vació desde un avión del aeródromo de Getafe». Parachutista era un galicismo, hoy en desuso, para denominar a los paracaidistas. Los festejos terminaron con «grandes bailes populares en la Plaza de la Constitución».

El Pleno del Ayuntamiento había acordado, de manera unánime, al cambio de nombre de algunas calles. Así, la plaza de Canto Redondo, llamada 14 de septiembre, pasó a homenajear al capitán Fernando Galán, uno de los militares implicados en la sanjuanada de 1926 y, además, cabecilla de la subleblación de Jaca de 1930, fusilado tras un Consejo de Guerra sumarísimo junto al también capitán Ángel García Hernández al cual se homenajeaba poniendo su nombre a la calle Jardines, que en la dictadura se llamó del General Primo de Rivera; el paseo de la Estación corta llamado de Alfonso XIII, se renombró como Pablo Iglesias; el paseo de la Estación larga, denominado Príncipe de Asturias, se cambiaba, en consonancia con el nuevo régimen, por Avenida de la República.

España ardía en pleno éxtasis de violencia. La República era, cumplidos sus cinco años, un pequeño monstruo descontrolado que acumulaba horrores. Se habían corregido las taras del sistema monárquico y, al principio, se avanzó hacia la supresión del caciquismo rancio que gobernaba la sociedad española, sobre todo la rural; un régimen democrático que ponía los cimientos para restar preponderancia al hecho religioso en todos los aspectos de la vida pública y privada. Sin embargo, el clientelismo del antiguo régimen había mudado en fanatismo político. La República había derivado en engendro, con la mayoría de los líderes de los partidos, y sus seguidores más exaltados e intolerantes, empeñados en provocar un baño de sangre; el sueño de una sociedad más justa, de alumbrar una cultura y educación universal, o la mejora de las condiciones de trabajo, se había transformado en una pesadilla con tintes extremistas. Las ideas políticas del contrario eran, a ciencia cierta, la causa que acabaría con el mundo civilizado. Se despreciaba, se insultaba, se señalaba con el dedo y, llegado el caso, se mataba al contrario convertido en enemigo. Lo de menos era la amenaza contra la libertad individual; igual te marcaban en la lista negra por ser comerciante, votar a las derechas, ir a misa, pertenecer al sindicato de albañiles o, simplemente, por ser de Getafe. Había cuentas políticas y personales;  todas estaban justificadas y amparadas por el mantenimiento del orden establecido o por la acción revolucionaria destinada a tumbar al mismo.

El día 18 de abril —tres meses antes de la sublevación de los militares en África—, casi todos los diarios nacionales publicaban la siguiente información: «Se recibieron noticias del cercano pueblo de Getafe dando cuenta de que varios grupos de perturbadores formados por individuos en actitud levantisca asaltaron esta mañana —referida al día anterior— un convento de monjas cuyos muebles arrojaron a la calle incendiándolos. Rápidamente se dio aviso a la Dirección de Seguridad, que dispuso la salida de una sección de Asalto, quedando restablecido el orden a su llegada a aquel pueblo». Al final de la información anterior se añadía un curioso breve: «Al mismo tiempo se ha sabido que ha sido detenido el cura párroco de Getafe —el titular de la Magdalena era José Fernández Torresen cuyo poder se han encontrado dos pistolas, quedando a disposición judicial».

En el mes de mayo de 1936, con un país cada vez más radicalizado, tres de los miembros de la Comisión Gestora, Francisco Hernández Manzano, Luis Tordesillas Parrondo y Francisco Lastra Valdemar, presentaron una moción al Pleno de la Comisión Gestora con un nuevo cambio de nombres en las calles. Se pretendía denominar Manuel Azaña a la calle Madrid; Largo Caballero a Magdalena; Eida Álvarez a San Isidro; Mártires de Asturias a la Plaza de la Magdalena; y Carlos Marx a Felipe Estévez. La moción fue desestimada por la mayoría de los ‘gestores’ designados en un intento de no radicalizar más la política local. Sin embargo, los gestores municipales más izquierdistas, con Lastra a la cabeza, no cejaron en su pretensión de ir más allá con medidas revolucionarias como la separación de la fiestas populares y las religiosas o la colocación de una placa de mármol en el salón de Plenos homenajeando «a los mártires de la libertad», Fermín Galán y Ángel García Hernández.

España se enfrentaba a la lucha inmemorial entre clases, entre propietarios y jornaleros, entre empresarios y obreros, a diferencias ideológicas extremas, irreconciliables entre los dirigentes y los peones de ambos bandos; la tensión social calentaba la sangre hasta la temperatura de ebullición, haciéndola borbotear y rugir como la brisa de Caronte previa a su furia devastadora.

Las desavenencias entre las distintas sensibilidades y estrategias de los partidos republicanos, provocaron que a finales de mayo dimitiera el Presidente de la Comisión Gestora, Javier Tamarit, siendo sustituido de forma provisional por Daniel Ovalle; finalmente, el día 1 de junio, se produjo una nueva votación entre los miembros de la Comisión Gestora resultado elegido como presidente Francisco Lastra Valdemar y, como teniente, Daniel Ovalle. Era el tercer presidente de la comisión gestora del Ayuntamiento de Getafe, o alcalde en funciones,  en  menos de tres meses. A la vista de la situación desatada en todo el país y de los insistentes rumores de una sublevación o algarada militar, en previsión de posibles disturbios o brotes de violencia, los máximos responsables del Consistorio tomaron la decisión de armarse. El Ayuntamiento adquirió tres pistolas que se asignaron a Francisco Lastra, Félix Robledo y Óscar Jerez.  Todo el mundo quería una pistola. Los fascistas, los curas y los socialistas.

Flotilla del aeródromo de Getafe el día 19 de julio de 1936. Al fondo el cerro de Buenavista. (Foto: Ruano. Ahora 26/7/1936)

 

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IMAGEN SUPERIOR: Milicias populares de Getafe que tomaron parte en el combate contra la sublevación del Cuartel de Artillería, preparados para la salida en el aeródromo de Getafe el  19 de julio de 1936. Fotografía: Ruano. Publicada en el periódico Ahora el domingo 26 de julio de 1936.