[…/…] VIENE DE CAPÍTULO 1

Del año triste de Puerto Rico a Getafe

El lugar se llamaba así, –según la leyenda–, porque su descubridor, un arcabucero del rey llamado Diego Álvarez, tras llegar a la loma del Asomante y divisar el paisaje no pudo dejar de exclamar: ¡ay qué bonito! Según otra teoría el nombre deriva de Atibonicu, que en el lenguaje de los indígenas nativos quería decir «Río de la noche». El pueblo se encuentra en la región central, próximo a la Sierra de Cayey, a una altura de 760 metros sobre el nivel del mar lo que le distingue como el pueblo más alto de Puerto Rico, y está atravesado por varios ríos; a la ubicación le debe su agradable clima.  En su escudo figura el lema de  Jardín de Puerto Rico, aunque también es conocido como la ciudad fría, la nevera, la Suiza de Puerto Rico por su clima, o la ciudad de las flores por sus cultivos de plantas ornamentales.

A Palacio le gustó mucho el clima y el paisaje de Aibonito. Y así, como buen e ilustre vecino, prometió a sus habitantes mejorar las obras públicas del municipio y conseguirle el título de villa. Entre las obras que promovió el General Palacio estaban los nuevos cuarteles, de los que aún se conservan algunos restos como los del Hospital Militar o los del Edificio de Convalecencia, y la iglesia de San José, último monumento religioso levantado durante la dominación española.

Al acto de colocación de la primera piedra de la iglesia asistieron, además de un numeroso público, todas las personalidades de la zona bajo la presidencia del Gobernador; el alcalde del pueblo, Casiano Balbás y los concejales de la corporación municipal vestidos con el grave frac de los días de fiesta mayor; el párroco, Manuel Quintana, y el jefe del Partido Conservador de la zona sur de Puerto Rico, el terrateniente español José Gallart Forgas; y el comandante de la casa cuartel de la Guardia Civil, entre otros. El General Palacio depositó bajo el cimiento una moneda de oro y el hacendado, por su parte, prometió un retablo que se realizaría en España; hoy se puede ver en el interior de la iglesia, uno de los principales monumentos de esta villa puertorriqueña. Palacio, además, se volcó con las primeras colectas de fondos para su construcción [que se alargó hasta 1897], llegando –incluso– a donar su carruaje a una comisión de damas católicas presidida, parecía lo más oportuno, por Doña Mercedes, segunda esposa del rico Gallart. Ese mismo día, bien pudo ser el 24 de junio de 1887, a última hora de la tarde, tras el acto oficial de la mañana y con motivo de la fiesta de San Juan, se celebró una recepción en una de las fincas del jefe del partido Conservador.

Casi un año después, el 12 de mayo de 1888, el pueblo fue declarado villa por una Real Orden gracias a la influencia de Palacio. El General había cumplido su palabra. Tan agradecidos quedaron los «consejales» aiboniteños, se supone que partidarios incondicionales de su política, que después de que fuera sustituido en el mando y se embarcase hacia la metrópoli, el Ayuntamiento acordó nombrarle Hijo Adoptivo. Ignoramos si tal consideración subsiste o fue anulada, retractándose el consistorio de su acuerdo de 1887 en algún momento posterior.

Los personajes más ultraconservadores de la isla, partidarios del poder absoluto de la metrópoli sobre la colonia, influenciaron notablemente a Palacio. Estos elementos radicales acusaban a los miembros del recién creado Partido Autonomista de Puerto Rico de pertenecer a asociaciones políticas secretas y logias de la masonería como la Torre del Viejo o Corazón Negro que conspiraban contra el gobierno español y que deseaban la independencia; esto desató una violenta represión política contra todos ellos. Muchos fueron detenidos por la Guardia Civil o por miembros del Instituto de Voluntarios sometiéndolos a crueles torturas, a las que llamaban compontes, para que confesaran sus intenciones separatistas o delataran a otros del mismo delito. La libertad de prensa y la de asociación que estaban vigentes desde el año anterior en la península [adaptada en las colonias con la Ley de Prensa e Imprenta en Cuba y Puerto Rico de noviembre de 1886], se aplicaban en la isla con notoria arbitrariedad de la autoridad administrativa y militar. Con la llegada de Romualdo Palacio a la isla la situación desembocó en la prohibición total de los periódicos liberales más próximos al autonomismo, y en la persecución de los periodistas y escritores. La vida social y política de Puerto Rico se caracterizaba, como la de Cuba, por la tensión independentista que había prendido con las revueltas del 68, en el caso boricua conocida como Grito de Lares, rifirrafe acaecido en la ciudad del mismo nombre el 23 de septiembre de 1868, en la que un «ejército» de parias, desnutrido, mal equipado y sin entrenamiento militar, saqueó las tiendas y los locales de los peninsulares.

La escaramuza, sin apoyo popular, acabó al día siguiente con una emboscada de la milicia española y la posterior escabechina de los insurrectos; también se apresaron a los líderes de la revuelta. A pesar del tiempo transcurrido, casi veinte años, era una herida en la sociedad puertorriqueña que aún sangraba.

El componte se llevó a cabo, principalmente, en las poblaciones de Ponce, Juana Díaz, Guayanilla, Mayagüez y San Germán. Los arrestos de periodistas o políticos implicados con la causa autonomista por la temida Guardia Civil, convertida en policía política, acababan de manera violenta, ejecutados en aplicación de la ley de fugas o víctimas de extraños suicidios en las oscuras y húmedas cárceles de la colonia. Los cuartelillos de la Guardia Civil, como el que se levantaba hasta hace poco en la población de San Germán, se conocían desde aquella época como las Casas del Componte.

Durante la estancia del General Palacio en Puerto Rico se le acusó, ignoramos si es mito o realidad, de la violación de una joven puertorriqueña en el trascurso de un baile que bien podría haber tenido lugar en una de las fincas que poseía D. José Gallart Forgas en Aibonito; bailes y recepciones que contaban con la presencia de las clases más distinguidas y españolistas de la isla. Existe, hasta ese punto ha llegado el asunto, una obra de teatro titulada «La Bruja de Dios», de Roberto Ramos, que narra la historia de una mujer violada por el Gobernador Palacio. Para esconder la atrocidad de los hechos y las denuncias de la joven, los gritos y el escándalo, la Guardia Civil la encerró en el viejo Asilo de Beneficencia de San Juan acusada de injurias al delegado del gobierno español y tachada de loca. ¡Cómo no iba a estar mal de la cabeza una mujer, y mulata o criolla, para acusar al Gobernador de la isla de incontinencia sexual! Evidentemente, siendo el acusado quien era, no resulta fácil que podamos dictaminar sobre su condena o absolución, sin fuentes fiables –salvo la leyenda y la mencionada obra literaria–, contrastar o demostrar ese crimen terrible. Y si hubieran existido las fuentes en algún momento, estas habrían sido destruidas. La joven, en cualquier caso, simboliza a la isla.

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[Por tanto, imagina lector; solo eso. Nos evadimos, en este paréntesis voluntario, de la reseña y de los datos históricos veraces. Es viernes 24 de junio. Hay luna nueva. Póngase en el escenario un fondo verde oscuro de bosque tropical; la orquesta ameniza con severos himnos, marchas militares de las que tanto gustan en el centro de Europa y con danzones afrancesados; el cielo iluminado por mil estrellas; el lujurioso clima de la isla y la cálida brisa que llega del mar, casi bochornosa, se filtra por los poros de la piel humedeciéndola; percibe el sensual aroma del bosque tropical, el perfume de las miles de flores y el rumor de los ríos que cruzan la finca como suspiros de amantes discretos, besando dulcemente las riberas, ahora con ritmo lento, ahora  agitado, bullicioso, sin pausa. Un escenario que incita a la ensoñación; a la lascivia.

Preste atención, el lector o lectora, al acento dulce de la garbosa mujer puertorriqueña, el talle impalpable…; la mujer camina desde el porche hasta la oscuridad del bosquecillo de palmeras deslumbrante de hermosura; el vestido de transparente gasa, límpido raso y finísimo lino  a la última moda de París, el atractivo de su piel morena, la tentación de un escote como la bahía de San Juan donde bailan unos pechos jóvenes. «¡Ah, quien nos diera la atrevida pluma de un Byron para ensalzar las delicias inefables que en esa noche se respiraban en las blondas trenzas de una criolla rubia o trigueña, en su acento arrullador de paloma…»

Y ahora, observa al viejo Palacio; no pretendemos, sirva como aclaración al texto, justificar el [presunto] delito; para imaginar la situación, confróntese ese escenario idílico con la realidad del militar, arrastrando una soledad inmemorial por el paraíso, siempre lejos de su esposa y de su familia; sin una mala puta, ni siquiera un negra, que llevarse al catre esa noche; con una misión que cualquiera calificaría como imposible. El General Palacio, ha cumplido sesenta años, y lleva desde enero destinado en Puerto Rico, lejos de su hogar en Getafe, abrumado por las confidencias de los espías al servicio de España, y el temor a las filtraciones a ese enemigo indeterminado, por los aduladores, por las insidiosas noticias de los plumillas, las peligrosas reuniones de los masones, las declaraciones sediciosas de los politiquillos… y, sobre todo, por la falta de resultados de su severo plan para arreglar el descontrol social en el que vive la isla.

A veces quisiera olvidar; es una noche propicia para relajar la tensión del cuerpo, para el amor bestial, sin ceremonias, sin preliminares, sin voluptuosidad: puro sexo. Todo es propicio menos la voluntad de la mujer, símbolo en sí de la libertad de la isla, reprimida y violentada por un general medio sordo, de carácter abrupto; una personalidad labrada a golpe de fusil y bayoneta, acostumbrado desde que llegó a Puerto Rico a tomar en su mano lo que ha querido. ¿Alguien podría resistir el asedio? ¿Alguien duda de la victoria de este bravo soldado?]

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Cierro paréntesis y volvemos a la historia; dejamos a la imaginación del lector como acabó la fiesta, cuántas historias más, que sepamos o ignoremos, se podrían adjudicar durante aquel año infausto al Gobernador, un auténtico «héroe». Así aparecía en el grabado de la Ilustración Española y Americana con sus condecoraciones –incluida la gran Cruz de San Fernando– que le colgaban del «valeroso» pecho.
El antiguo Partido Liberal Reformista de Puerto Rico se transformó en Partido Autonomista de Puerto Rico en marzo de 1887 en una asamblea que se celebró en el Teatro «La Perla» de Ponce donde se dieron cita unos trescientos delegados de todas las zonas de la isla. La asamblea rechazó el concepto de independencia o autonomía radical que proponían algunos líderes presentes y optó por aprobar una más limitada que ya difundían los autonomistas cubanos. El General Palacio no creía en la «moderación» anunciada y continuó con el plan trazado para «compontear» Puerto Rico.

El 7 de julio de 1887, el Gobernador Palacio visitó la ciudad de Ponce. Una comisión del recién creado Partido Autonomista, encabezada por su presidente, Román Baldorioty de Castro, le presentó sus respetos al general. El líder independentista iba acompañado de los editores y periodistas Luis R. Velázquez, Francisco Cepeda y Ramón Marín. El relato de los siguientes hechos está hecho por el propio Ramón Marín en su libro «Las Fiestas de Ponce». El día 22 de agosto, apenas un mes después de la [presunta] fiesta en su finca de Aibonito, Román Baldorioty fue detenido y «componteado», junto a otros líderes del partido, en la prisión del Morro, en San Juan. Tal era el rigor de los castigos, que el 16 de septiembre La Revista de Puerto Rico publicó varias cartas en las que sus autores relataban las brutales palizas. El periódico era propiedad de Francisco Cepeda. El juez hizo, a instancias de Palacio, que la Guardia Civil solicitara al periódico las cartas originales, negándose el editor a entregarlas en tanto sostenía que la jurisdicción militar no era competente en el asunto.
El día 20 de septiembre, Francisco Cepeda fue trasladado por la Guardia Civil a la cárcel de Juana Díaz donde fue duramente golpeado por un oficial. Al conocerse la noticia del ultraje, el resto de periódicos no oficialistas sacaron a la luz duros artículos de protesta. Ramón Marín publicaba en «El Pueblo» un artículo titulado «Hay país» en el que censuraba al General Palacio. La respuesta no se hizo esperar. El 30 de septiembre fue detenido y encarcelado el presidente del comité local del partido autonomista en Juana Díaz. Ramón Cepeda, saltó de nuevo desde las páginas de La Revista de Puerto Rico con un artículo escrito en la cárcel titulado El pequeño Marat en el que hacía responsable de todos los desmanes al General Palacio y a su camarilla de Aibonito. El General Componte se enfureció. Al día siguiente dio órdenes al fiscal de Juana Díaz para que denunciara la revista y se hiciera respetar el principio de autoridad.

En la madrugada del 2 de octubre un grupo de unos veinte presos entre los que se encontraba el editor de La Revista fueron trasladados sigilosamente desde el calabozo municipal de Ponce hasta el lóbrego cuartel de infantería en El Castillo. El 6 de octubre la Guardia Civil se presentó en la redacción de El Pueblo y obligaron a Ramón Marín, a punta de revólver, a firmar un documento en el que rectificaba sobre las cartas publicadas por los presos. Ese mismo mes, tras la publicación de la rectificación, desapareció El Pueblo y surgía, de la mano del mismo periodista, editor y militante, El Popular.

Los autonomistas resolvieron enviar a Madrid a una comisión para denunciar la triste situación de la isla y hacer llegar al gobierno central la verdad de lo que pasaba en Puerto Rico. El primer intento estuvo protagonizado por Román Baldorioty y Ramón Marín. La iniciativa se frustró al ser ambos detenidos y encarcelados después de recoger, engañados por los espías de Palacio, un pasaporte para viajar a España. Otro mensajero fue detenido a última hora en el puerto de San Juan a bordo del buque Manuela. Estuvo varios días detenido en el vapor Cristóbal Colon y luego trasladado a la cárcel de Mayagüez. El 12 de octubre la tensión se trasladaba a Madrid. Un anónimo en el periódico La Iberia anunciaba una conspiración separatista en Ponce y Juana Díaz. Un diputado autonomista por Ponce informaba por escrito al ministro de Ultramar, Víctor Balaguer, de los compontes y afirmaba que no era cierto lo de la conspiración independentista. El 17 de octubre, Palacio mandaba detener en Guayanilla a otros diecisiete individuos, entre ellos al maestro y al sacristán de la iglesia de ese municipio. Las detenciones y los compontes se extendían como un reguero de pólvora por toda la isla. El día 24 de octubre la Guardia Civil detenía en Mayagüez a otras cinco personas. Se sucedían las amenazas, los traslados de presos a tenebrosas cárceles y las torturas. Mientras tanto, los autonomistas hacían grandes esfuerzos en Madrid para que el Gobierno relevase al General Componte.

Un grupo de autonomistas de Ponce hizo una colecta para recaudar fondos y encomendó a un joven boticario, Juan Arillaga, el viaje a Madrid para denunciar los abusos y atropellos de Palacio. Tras hacer trasbordo en varias ciudades en barcos ingleses y franceses, para despistar a los sabuesos del General Palacio, llegó a España donde obtuvo el éxito que pretendía.  El día 9 de noviembre, tras su última entrevista con el Ministro de Ultramar, Arrillaga transmitió un cablegrama a los que esperaban noticias en la isla en el que solo ponía: Bandera; eso significaba que habían triunfado. Ese mismo día, el ministro de Ultramar del Gobierno de Práxedes Mateo de Sagasta, D. Víctor Balaguer, cablegrafió al General Romualdo Palacio ordenándole que entregara el mando al Segundo Cabo, el Mariscal Juan Contreras Martínez, y que embarcara de inmediato para la península. El nuevo gobernador interino, tras recibir severas órdenes de Madrid, acabó con la práctica de los compontes y liberó a los presos políticos.

El General Romualdo Palacio embarcó para España el día 11 de noviembre en el vapor Isla de Cebú. Esa misma tarde circulaba por San Juan una octavilla impresa firmada por El País bajo el título Despedida del General Componte. El poema, a modo de escarnio y despedida, decía así:

Adiós, por siempre adiós, viejo indecente,
adiós, por siempre adiós, ser detestable,
adiós, por siempre adiós. Ya Puerto Rico
sabrá calificarte de cobarde.

Adiós, por siempre adiós, tus borracheras,
unidas a la amistad de Pablo Ubarri,
hace que nuestros hijos te maldigan,
y que cada maldición lleve un ultraje.

Adiós, por siempre adiós, ¿quién te diría
cuando entraron los presos ayer tarde,
que antes de conducirlos para El Morro,
ya te habían separado por el cable?

Aunque la maldición, según sabemos,
solo se alberga en pechos muy cobardes,
a ti te maldecimos una y mil veces
porque tú eres el general más despreciable.

Tras la vuelta a la metrópoli, en la isla de Puerto Rico se difundió el bulo que el general Palacio se había suicidado. Su nieta, Dña. Dolores Alba Palacio, nos dice que «es todo mentira; claro que fue a dar algunos palos, por orden del gobierno y de la corona. Era todo lo que le quedaba al agonizante imperio español: Filipinas, Cuba y Puerto Rico. María Cristina de Habsburgo, tras su nombramiento como Gobernador de la isla le había pedido firmeza para controlar los excesos independentistas, «por Dios general, por Dios, mano dura para salvar España» parece que le dijo la regente a Palacio, según nos narra de manera jocosa su nieta Doña Dolores Alba Palacio de las cosas que le contaba su madre, Tomasa Palacio. Romualdo Palacio tenía fácil acceso al Palacio Real para hablar con la regente. Todavía hoy, sus herederos guardan una cabeza de ciervo que la madre del futuro Alfonso XIII le regaló a Romualdo Palacio tras una cacería real.

Cuenta su nieta, Dolores Alba Palacio, que el General Romualdo Palacio era muy supersticioso y que siempre llevaba consigo un duro de plata (cinco pesetas) que solía lanzar al aire para dilucidar algunas dudas o cuestiones. «En una ocasión, estando ya vestido con el uniforme de teniente general recién hecho para una recepción en el Palacio Real, lanzó la moneda y, como salió cruz, se quitó el traje y no acudió a la cita. Esa moneda sigue hoy en día en poder de los herederos del general.

Una plaza y una calle en Getafe

Los cuatro años siguientes se los pasó el General Palacio entre la ensoñación y la pesadilla. Del cielo al infierno. Del Caribe al hotelito de la calle Serrano donde residía habitualmente y de ahí a la casa de campo de Getafe; ida y vuelta. Romualdo Palacio tenía una gran finca que daba a las calles Juan Tolo, actualmente Ramón y Cajal, y a la Calle Madrid, muy cerca de la Plaza de la Feria. Aquí, en la casa de Getafe, a donde solía venir a pasar largas temporadas, intentaba rescatar de su memoria el dulce aroma de las flores de Aibonito, el rumor del viento al atravesar las hojas del árbol de la pomarrosa o las palmeras curvadas por el empuje de la tormenta tropical, el esbelto talle de las mulatas o su vertiginoso «caminaíto»; ahora, al sentir  las ráfagas del viento helado de este pueblo madrileño, como bofetadas, recordaba el brindis de los enemigos de la patria al conocerse la noticia de su cese.

No volvería a ejercer cargo alguno hasta el 30 de enero de 1892, cuando el Consejo de Ministros encabezado por Antonio Cánovas del Castillo, le nombró Director General de la Guardia Civil, cargo que ocuparía hasta su pase a la reserva, poniendo así el broche final a su trayectoria militar. Sin embargo, nunca ascendió al empleo de Capitán General, quizás por serias disputas de otro militar más político y conservador, Armando Azcárraga, que llegaría a ser varias veces ministro de la Guerra y de la Marina, incluso presidente del gobierno de manera provisional. Su nieta, Dña Dolores Alba Palacio, recuerda que el Azcárraga, más político y pillo, le hurtó el ascenso. La madre de Dolores e hija de Romualdo Palacio le relató varias veces la anécdota de la entrevista que mantuvo con la reina regente a propósito del ascenso a capitán general de Azcárraga, al que se conocía en los ambientes castrenses como «el filipino» por haber nacido en aquella colonia.  Romualdo Palacio le dijo durante la conversación a María Cristina, resumiento su pesar:  «Majestad, cuando firme el ascenso de Azcárraga, firme también mi sentencia de muerte; donde lo encuentre lo mato». Las rencillas no debían ser, sin embargo, demasiado profundas; solo codazos entre militares.

Su relación con Getafe, ejerciendo el cargo de Director General de la Guardia Civil, le hizo sentirse de nuevo protector de un lugar, aunque fuese un poblado miserable, una aldea a la que habían arribado otros personajes huyendo de la capital, como Juan Bautista Amorós [Silverio Lanza] , con la excusa de trasladarse a un lugar más sano. Palacio, que ya era todo un personaje de la época se comprometió con los alcaldes Gregorio Sauquillo (julio de 1891 a enero de 1893) y Manuel Pereira (enero a diciembre de 1893), al igual que hizo en Aibonito, a mejorar el municipio con obras públicas y dotaciones que le dieran relevancia. Una orden del Ministro de la Guerra, José López Domínguez, de 25 de mayo de 1893  autorizó la petición del general Palacio, como director de la Guardia Civil, para la creación del Depósito de Recría de Potros y Doma para la Remonta del Instituto. El referido centro, cuya organización detalló Palacio, pretendía cubrir las bajas, mejorar la doma y adaptar la cría de la ganadería equina a las necesidades de la Guardia Civil; estuvo ubicado a las afueras del pueblo, en dirección a Toledo, en los terrenos que hoy son las calles Emperador, Guipúzcoa y Lisboa.

El 20 de abril de 1895 se aprobó la creación del Colegio de Transformación de Sargentos a Oficiales de Carabineros y Guardias Civiles en Getafe que en un principio se ubicó en las dependencias del Hospitalillo de San José. La circular, firmada por la regente y por el Ministro de la Guerra, Sr. Azcárraga, detallaba el programa de estudios de los aspirantes. Otras iniciativas destacables de Palacio durante su mandato al frente de la benemérita, fue el Montepío de la Guardia Civil, embrión de lo que serían los colegios de Huérfanos. En 1895, el Montepío de la Guardia Civil adquirió  una gran finca a las afueras de Madrid conocida en el Cuerpo como «las cuarenta fanegas» aunque su nombre real era finca del Alba, por el apellido de su propietario.

Cuadro del General Romualdo Palacio encargado por el Ayuntamiento de Getafe al pintor Víctor Morelli

El Pleno del Ayuntamiento de Getafe celebrado en sesión extraordinaria el 27 de noviembre de 1895, bajo la presidencia del alcalde Laureano Martín Cervera (julio de 1895 a febrero de 1897), le concedió el título de Hijo Adoptivo de Getafe y se cambió el nombre de la Plaza de la Feria por el de Plaza del General Palacio. El Ayuntamiento de Getafe encargó, además, un retrato con su figura al también militar y pintor especializado en temas bélicos Víctor Morelli (1860-1936) que cobró por ello 500 pesetas. El retrato estuvo colocado en el Salón de Plenos del Ayuntamiento hasta el advenimiento de la II República en 1931, año en el que se entregó a los familiares. Al fin, a punto de entrar este libro en imprenta, localizamos el paradero de este cuadro y que reproducimos al inicio del capítulo. Morelli que pertenecía al arma de infantería se pasó a la Guardia Civil en 1887 convirtiéndose en ayudante del General Palacio. Víctor Morelli y Sánchez Gil, nacido en La Coruña, era hijo de un cantante de ópera y de una dama gallega y tras abrazar la carrera de las armas llegaría a ser General inspector de la Guardia Civil.

Según la nieta del general Palacio, el cuadro que que custodia su familia es otro distinto al que permaneció en el salón de plenos de la casa consistorial. Esta teoría de los herederos del general podría ser cierta dada la relación tan cercana de Palacios y de Morelli, aunque lo más seguro es que se trate de la misma obra. Víctor Morelli mantuvo una profunda relación, además, con la familia de Romualdo Palacio, llegando a convertirse en maestro de pintura de una de las hijas del general, Felisa Palacio, de la que reproducimos más adelante uno de sus cuadros.

El 12 de agosto de 1898, seis meses antes de jubilarse, pudo leer la orden del ministro de la Guerra, D. Miguel Correa García, para la repatriación de la Guardia Civil de ultramar. Había acabado la aventura colonial americana. Por fin se acababa la pesadilla de Cuba y Puerto Rico. El 8 de febrero de 1899, a la edad de setenta y un años, pasó a la situación de reserva.

El 22 de abril de 1899, una circular del nuevo Ministro de la Guerra, Camilo García de Polavieja, cerraba el Depósito de Recría de Potros y Doma para la Remonta de la Guardia Civil de Getafe, tras seis años de funcionamiento; durante este tiempo se había comprobado que se trataba de una iniciativa poco útil y excesivamente cara «por los gastos que su sostenimiento ocasionaba y los inconvenientes de tener separado de sus comandancias un numeroso personal de guardias y fuera del servicio una gran parte del ganado de los escuadrones», casi un capricho del General Palacio. Era más barato adquirir, por partidas claro está, potro a potro, yegua a yegua, cada caballo que necesitaba el Instituto armado.

Estando al frente de la Guardia Civil, Palacio recomendó al Ministro de la Guerra localizar en Getafe algún destacamento o regimiento de infantería o artillería. En 1904, ya jubilado el general Palacio, tomó posesión del mando del Regimiento Ligero nº 4 de Getafe el coronel Ramón García Menacho. A lo largo del siglo XX, los distintos nombres del cuartel estuvieron asociados a las unidades del arma de artillería que ocuparon sus instalaciones: 5º Montado, 2º Montado, 5º Montado –de nuevo–, 10º Montado, 1º y 2º Ligero, 1º de Artillería Ligera; desde el final de la Guerra Civil hasta 1984, se conoció como Regimiento Acorazado de Artillería nº 13 (popularmente RACA 13). En 1984 desapareció; sus antiguos edificios de arquitectura militar, tras ser acondicionados para su nueva función, se convirtieron en  la sede de la moderna Universidad Carlos III.

Romualdo Palacio y González falleció en Getafe el 7 de septiembre de 1908. El ayuntamiento presidido por su alcalde, Juan Gómez de Francisco, acordó en sesión urgente y extraordinaria «considerar como pérdida irreparable la desaparición de un vecino ejemplar». Se cubrió con crespones negros la placa de mármol en la que figuraba su nombre colocada en la casa que había en la Plaza Palacio esquina con la calle de Villaverde, hoy desaparecida. A su entierro, celebrado a las 10 de la mañana del día siguiente en el cementerio de la Concepción, acudieron numerosos jefes y oficiales de la guardia civil.

Aunque no había conseguido en ansiado ascenso a capitán general se  le rindieron los honores militares, no sólo a los que su alta jerarquía militar le hacían acreedor, sino por fin, a título póstumo, de Capitán General. De ello, y de las veintiún cañonazos reglamentarios, se encargaron dos baterías del quinto Regimiento Montado de Artillería que guarnecía la Villa de Getafe al mando de su coronel D. Joaquín Muro Carvajal. Un batallón del primer Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey  se desplazó de Leganés a Getafe con el objetivo de despedir al insigne militar. 

Romualdo Palacio y González había sido nombrado hijo adoptivo de los municipios de Aibonito y de Getafe. Según la Ilustración Española había sido elegido dos veces diputado. Era Caballero Gran Cruz de las Órdenes de San Fernando, San Hermenegildo, del Mérito Militar con distintivo rojo, de San Mauricio y San Lázaro de Italia. La banda y la Gran Cruz Laureada de San Fernando, así como las insignias de las Órdenes de las que era Caballero, se encuentran expuestas en el Museo del Ejército de Madrid.

Una familia de héroes

El 27 de julio de 1909, apenas dos años después de la muerte del Teniente General Romualdo Palacio, fallecía su hijo el Teniente Coronel Tomás Palacio Rodríguez en la guerra de África. Caía en una escaramuza en el monte Gurugú, el día antes de la terrible derrota del ejército español en la batalla conocida como del Barranco del Lobo.

Tomás Palacio nació en Santoña (Santander) en 1856. Empezó su carrera en el ejército en edad casi infantil como cadete guardiamarina. A los dieciséis años [en 1872] se le concedió el empleo de alférez de infantería y fue nombrado ayudante de su padre, el mariscal de campo Romualdo Palacio González; en 1873, durante la tercera guerra [civil] carlista alcanzó el empleo de teniente por méritos de guerra combatiendo en Aragón, Extremadura y Madrid. Al igual que su padre, a cuyas órdenes estaba, se distinguió en la acción de San Pedro Abanto en 1874, siendo ascendido a capitán.

A partir de entonces ocupó destino en diversas unidades peninsulares. En 1891 alcanzó el empleo de comandante y, cuatro años después, en 1895 fue destinado por sorteo a Cuba, donde se avivaba una cruenta y definitiva guerra de independencia, interviniendo en numerosas operaciones contra los insurrectos hasta mayo de 1896. A su llegada a la península solicitó el pase a la Guardia Civil, cuerpo militar del que su padre era Director General. En 1897 fue destinado nuevamente a Cuba pero una enfermedad le impidió incorporarse, pasando a ocupar destino con su padre en la Dirección General de la Guardia Civil. En 1900 ascendió a teniente coronel. Tras este empleo le perdemos el rastro hasta su último destino.

En 1909 zarpó con destino a Melilla formando parte del Batallón de Cazadores de las Navas con destino a la guarnición del fuerte de Camellos hasta el 27 de julio que salió a combatir en el Barranco del Lobo, donde encontró la muerte. El día 3 de agosto de 1909, el rotativo El Liberal daba a conocer a sus lectores la gesta del cabo banderín del Batallón de Cazadores de Las Navas, D. Emilio Vicens Cereceda:

«El muchacho con una serenidad y un aplomo inconcebibles a su edad atacó briosamente al enemigo, llegando en su arrojo hasta adelantarse a todo el batallón y luchar cuerpo a cuerpo con varios moros, que intentaban acercarse todo lo posible al desgraciado teniente coronel señor Palacio[s], para afinar bien la puntería contra este. Vicens, él solo, sin reparar en el enorme peligro que corría, rechazó primero a tiros, y después con la bayoneta a los osados rifeños. Fue aquel un momento que produjo extraordinario efecto en las tropas. Los enemigos cercaban al cabo; pero él contra todos se defendía con pasmosos bríos y tranquilidad que causaba asombro. El teniente coronel, comprendiendo que aquella temeraria lucha, que fue rapidísima, no podía terminar sino con la muerte del heroico Vicens, gritó a este imperiosamente: ¡Cabo Vicens, a su puesto en seguida! Emilio Vicens al oír la voz de su jefe, retrocedió; y la admiración de todos fue al ver que el muchacho no tenía ni un leve rasguño. El teniente coronel se hizo servir un vaso de Jerez, y alargándoselo al cabo le dijo: Toma muchacho, bebe que estás bañado en sudor y bien te has ganado un trago. Eres un héroe. Al alargar el Sr. Palacio[s] el vaso a Vicens, una bala del enemigo dio al jefe en la frente y lo mató. El Sr. Palacio[s] cayó pesadamente sobre el cabo, cuya cara y pecho se mancharon con la sangre del teniente coronel. Se cree que el cabo Emilio Vicens será propuesto para una recompensa extraordinaria»

Por esa acción relatada por el corresponsal del citado periódico, tras entrevistarse con el cabo Emilio Vicens, el teniente coronel Tomás Palacio recibió a título póstumo –según Real Orden de 29 de mayo de 1913– la Laureada de San Fernando de segunda clase y el ascenso a coronel. Se encuentra enterrado en el Panteón Margallo de Melilla. El doctor Gregorio del Amo, residente en Saint Germain de Laye (Francia) donó en 1909 al Batallón de las Navas 5.000 pesetas para que fuesen invertidas en Papel del Estado y que con su renta anual se crease un premio en memoria del héroe del Gurugú. El coronel Tomás Palacio, al igual que su padre en Getafe, tiene dedicada una calle en su ciudad natal, Santoña. La noticia de su muerte causó un profundo dolor en esa ciudad. La Marquesa de Manzaneda suspendió el baile y el Ayuntamiento acordó lo mismo con todos los actos profanos de las fiestas de aquel año.

Por cierto, Emilio Vicens Cereceda, el cabo que protagonizó los valerosos hechos en los que cayó muerto Tomás Palacio también fue recompensado: un ascenso a sargento y a seguir peleando en aquella guerra estúpida. En una carta que envió a su padre decía: «…No sé cómo he podido resultar ileso de aquella lucha pues en mi banderín se ven 11 agujeros de los disparos que me hicieron los moros. Otra bala me inutilizó el fusil y otra me partió por la mitad el machete. Solo tengo unas ligeras erosiones en las piernas que me produjeron las piedras que saltaban al caer las balas enemigas al suelo. Estoy bien de salud, esperando el momento que volvamos a combatir contra esos salvajes…» ¡Qué bárbaro el cabo ..!

 
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Romualdo Palacio y González se casó dos veces; la primera, con Doña Casandra Rodríguez Pumarejo. De este primer matrimonio nació el también laureado Tomás Palacio Rodríguez; desconocemos si hubo más hijos de ese enlace. Al quedar viudo, se volvió a casar con Doña [?] San Clemente   con la que tuvo tres hijas: Trinidad, Felisa y Tomasa. Esta última se casó con con D. José Alba Valdecasas; el matrimonio tuvo tres hijos: José, Dolores y Romualdo.

El día 7 de diciembre de 1955, el ABC publicaba una esquela en la que se anunciaba el entierro, ese mismo día, del más pequeño de los tres, Romualdo Alba Palacio, secretario del Club Vespa de España, muerto a los veintiséis años en un accidente de aviación que había tenido lugar en Alosno (Huelva) el 5 de diciembre de 1955 y en el que también murió otro vocal de ese Club Vespa: Rafael García de la Beldad. El cortejo fúnebre de Romualdo partió desde la capilla ardiente situada en el domicilio familiar, en la calle Ramón y Cajal, 3 [antigua calle de Juan Tolo], hasta el cementerio de la Concepción donde estaba enterrado su abuelo materno, el ilustre general Palacio.

La hermana del malogrado Romualdo, Dolores Alba Palacio, es la nieta del General Palacio que nos ha servido a sus noventa y cinco años de ayuda y de fuente verbal; por gentileza suya reproducimos [en el primer capítulo] el óleo pintado por Víctor Morelli, además de aportarnos otros magníficos documentos gráficos y fotografías del álbum familiar.

La casa de Romualdo Palacio en la calle Ramón y Cajal estuvo durante algunos años alquilada a la Guardia Civil, según nos contaba Doña Dolores Alba Palacio. Esta nieta, nacida en 1917, no conoció a su abuelo; y nos ha transmitido los escasos recuerdos de las historias que le contó su madre,  Doña Tomasa Palacio. La casa, tras dejarla el instituto armado, se ocupó como domicilio familiar. La nieta del general Palacio, durante la charla que tuvimos, aseguraba que cuando era joven no prestó atención a las historias de sus padres y abuelos, perdiéndose así, poco a poco, la memoria histórica y familiar. Es algo propio de la juventud; ni ella ni casi nadie. Con la vista puesta en el pasado se lamentaba de sus pocos recuerdos.

Los herederos del General Romualdo Palacio abrieron al público una sala de cine en los años previos a la guerra civil, posiblemente, –según la nieta del general–, en el año 1931. El cine fue diseñado por el arquitecto  Salas y se levantó en la finca familiar en la que se ubicaba la casa de campo de la calle Ramón y Cajal; para su construcción hubo que cegar un pozo profundo que había en el terreno, en realidad una huerta, con una cantidad enorme de tierra y piedras. El cine se denominó con el apellido familiar: Cine Palacio; aunque al principio parece que la familia dudó llamarlo Cine Alba; el lugar se conoció, ya en los años setenta del siglo pasado, como el Cine del Gordo.

Otro de los herederos del general Palacio fue  Rafael Moreno Alba, nacido en 1942 y fallecido en octubre del año 2000. Rafael Moreno, tras abandonar los estudios de derecho y marino mercante, se dedicó a trabajar desde muy joven alrededor del cine y la televisión llegando a dirigir obras como «Mis relaciones con Ana» (1979), «Pasos largos» (1986) o «El beso del sueño» (1992), así como series televisivas de  éxito  como «Los gozos y las sombras», adaptación de la novela de Gonzalo Torrente Ballester  o «El proceso a Mariana Pineda» que rodó con Pepa Flores.

El cuadro que reproducimos sobre estas lineas, por gentileza de doña Dolores Alba Palacio, es obra  de Felisa Palacios San Clemente, una de las hijas del segundo matrimonio del general Romualdo Palacio y, además, alumna del ilustre pintor de temas militares Víctor Morelli. Tanto en el cuadro superior como en el de abajo a la izquierda parece que utilizó a sus propias hermanas como modelos.

 

El General

Luis Muñoz Rivera *

Mirad: frente por frente se divisa
al viejo capataz de la mesnada;
ni un pliegue de bondad en su sonrisa;
ni un destello de luz en su mirada.

Alma siniestra: rostro abotargado;
labio en un gesto de desdén caído;
el corazón a la piedad cerrado
y a la doliente súplica el oído.

Tiene en la diestra el rayo que calcina;
tiene en el alma el odio que envenena;
tiene a sus pies un pueblo que se inclina
y arrastra, murmurando, su cadena,

en tanto que del torpe libertino
sólo cede la cólera sombría
al  influjo magnético del vino
y al sopor humillante de la orgía.

Allá, sobre las cumbres de la sierra,
con sus turbas de ilotas y reptiles,
para dictar sus ukases** se encierra
entre nubes de sables y fusiles.

Miedoso de la fiebre vengadora
plantó su tienda lejos de los mares,
y abrió como una caja de Pandora,
el cofre de sus juicios militares.

Inquisidor, a sus esbirros manda
que a los hombres apliquen la tortura
y caigan en los pueblos como banda
negra y feroz a la que el hambre apura.

Alguien le adula: trepadora hiedra
que al fuerte muro con afán se acoge;
el que al amparo de sus triunfos medra
y el fruto de sus crímenes recoge.

Ante ese monstruo, aborto del abismo,
aún hay quien pasa con la frente erguida
en el alma el horror del despotismo
y el desprecio sublime de la vida.

Mientras aliente un corazón entero
pueden lucir auroras de venganza;
hasta las sienes del Goliat ibero,
la débil onda de David alcanza.

Para enviarnos el terrible azote,
al infierno tal vez injertar plugo
en un Nerón con rasgos de Quijote,
un Sancho con instintos de verdugo.

Es general sin luchas ni peleas,
sin hidalguía, sin honor, sin nada;
para cortar el vuelo a las ideas:
para eso sirve el filo de su espada.

Goza en paz, ¡oh tirano que algún día
irá a turbar tus negras soledades
lejana, estrepitosa gritería:
zumbido de remotas tempestades.

Grito de rabia que los aires llena;
rugido de un titán que quiebra el yugo;
voz de un pueblo que rompe su cadena;
voz de un pueblo que execra a su verdugo.

 

* Luis Muñoz Rivera (1859-1916) fue un orador, político, poeta y periodista puertorriqueño. 

** Ukaz: proclamación, edicto o decreto del zar.