Muchos escultores han procurado captar la expresión de sus modelos de manera más o menos realista. Hace poco comentaba las figuras estiradas, inexpresivas y espirituales de Jaume Plensa, cuya exposición se puede visitar en la Fundación Telefónica de Madrid. Hoy, en contraposición, quiero recordar las cabezas y bustos modelados por uno de los grandes escultores europeos a medio camino entre el barroco y el neoclasicismo, un artista controvertido en su vida personal y genial retratista de la expresión humana. Se trata de Franz Xaver Messerschmidt, algunas de cuyas obras se pueden ver en el Palacio Beldevere de Viena.

Vista de Presburgo en 1787. Joseph Und y Peter Schaffer. Biblioteca Nacional de Austria.

El taller del escultor Franz Xaver, un cobertizo adosado a una pequeña casa en las afueras de Presburgo, aparecía desordenado, como fiel reflejo de su mente, una estampa ferozmente realista alejada del academicismo barroco, incluso de las nuevas tendencias artísticas que recuperaban los cánones del arte clásico, con una zona iluminada por las velas, el fuego de la chimenea y un ventanuco por donde el moribundo sol filtraba sus últimos rayos de luz y la otra donde la oscuridad difuminaba los moldes usados y las esculturas casi acabadas en los rústicos anaqueles, los crisoles, las mazas, cinceles, escoplos,  las piedras de alabastro y mármol, los lingotes de estaño y de cobre que llegaban desde las minas de casiterita en los Montes Metálicos de Bohemia hasta Viena, la capital del Sacro Imperio Romano Germánico, y desde allí, a través del tráfico fluvial, a Presburgo, a la que los griegos llamaron Istropolis, la ciudad del Danubio, una decadente población que había florecido en parte gracias a la emperatriz María Teresa que había convertido el castillo de esta ciudad, hoy Bratislava, en una segunda sede real.

Cuando empezaba a anochecer, Franz Xaver Messerschmidt se debatía entre el miedo, la incertidumbre y la pequeña chispa que encendía de manera fugaz los claroscuros de su cerebro. Claramente distinguía entre dos etapas en su vida. El aprendizaje, el triunfo como artista en Viena y la desilusión, la amargura de sufrir el rechazo de las élites; no se sabe con certeza sin por su inclinación sexual reprimida o por la demencia sobrevenida, a medio camino de la paranoia y la esquizofrenia.

Al final, Messerschmidt se consagró a reflejar los principales gestos humano en una serie de 69 bustos, esculturas hiperrealistas con muecas y expresiones faciales exageradas que buscaban la perfección de las proporciones y el gesto. Había conseguido aplicar la fisiognomía a la escultura, y se empeñaba en el proyecto a pesar de la oposición de una serie de visiones fantasmagóricas, espíritus envidiosos, demonios y diosecillos que él creía celosos por la perfección de sus creaciones. El peor de todos era el espíritu de la proporción. Durante todo el día rondaba por su taller intentando atemorizarle, pero cuando llegaba la noche, el demonio le golpeaba con una vara en las piernas y en la zona lumbar. Messerschmidt creía haber rescatado la relación secreta entre el rostro y el cuerpo, una parte de la fisiología perdido desde las antiguas esculturas egipcias.  Los espíritus decidieron redoblar los castigos por la apropiación de un conocimiento que consideraban divino.

Supuesto retrato del joven Franz Xaver Messerschmidt extraído de la monografía de Maria Pötzl-Malikova. Coloreado digitalmente. Autor desconocido. Biblioteca Nacional de Austria.

Franz Xaver Messerschmidt nació en la ciudad alemana de Wiesensteig el 6 de febrero de 1736 en el seno de una familia de artesanos y artistas. A los 19 años se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de Viena; su talento llamó pronto la atención la atención de algunos de los prebostes artísticos de la corte de los Habsburgo que actuaron de mentores ante la emperatriz María Teresa a la que inmortalizó un par de veces.  Estaba aupándose hasta la cumbre de la capital del imperio. Corría la década de 1760 y la nobleza austríaca se interesaba por sus servicios. El dinero corría parejo a la fama. En 1765 se tomó un año sabático, imitando la costumbre hebrea en la que dejaban descansar sus tierras, viñas y olivares durante doce meses después de hacerlas producir durante seis años. Durante ese tiempo viajó por Italia y empapándose de las nuevas tendencias del arte: el barroco concluía agotado y se establecía el neoclasicismo. Se había convertido en el escultor más famoso y brillante de su generación. Viena le adoraba. María Teresa de Liechtenstein, duquesa de Saboya-Carignano, le encargó la decoración de su palacio vienés y la fabricación de dos esculturas de mármol a tamaño natural de la Virgen y San Juan Evangelista (1768) para una de las capillas de la Catedral de San Esteban.

Durante ese fructífero periodo realizó, además de la decoración de iglesias de Austria y Baviera, retratos y bustos de numerosos nobles entre los que destacan los realizados a la emperatriz María Teresa I de Austria. Trabajó con todo tipo de materiales como el bronce, el mármol, el alabastro o la madera plasmando con un realismo excepcional todo tipo de texturas como los músculos, la piel o los pliegues de los ropajes.

En 1769 comenzó a impartir clases en la Academia de Bellas Artes de Viena. Además, le nombraron subsecretario de la entidad y se compró una casa. Sin embargo, el éxito y la estabilidad económica se vieron pronto truncados. A los problemas mentales, el nerviosismo, las alucinaciones y paranoias que sufría cada vez con más frecuencia y agresividad, «con la mala imagen que ofrecía de la Academia», hay que sumar las obsesivas visitas a los círculos esotéricos de Viena debido a interés creciente que habían despertado en su cerebro disciplinas como la alquimia, el ocultismo, la nigromancia y, sobre todo, la fisiognomía. En 1774 le rechazaron como catedrático y, no siendo suficiente castigo, le despidieron de la Academia. Según el propio Messerschmidth, el rechazo de la Academia a concederle una plaza que consideraba suya por prestigio y el despido fueron una treta para darle la plaza a otro candidato con más influencia.

La humillación y el desengaño le llevaron a vender la casa de Viena y, tras pasar una temporada por su ciudad natal donde en 1775 esculpió la primera de las esculturas conocidas como ‘Cabezas de carácter’.  Por entonces recibió una invitación de la corte Bábara y se trasladó a Múnich donde pasaría dos años sin pena ni gloria. Finalmente decidió mudarse y compró una casa cerca del Danubio en Zuckermandl, un suburbio de Presburgo, la actual Bratislava, para centrarse obsesivamente en la expresión del rostro humano.  Las visiones fantasmagóricas que le atemorizaban día y noche no le impidieron terminar 64 bustos en un intento de plasmar todas «las expresiones primigenias del ser humano, aquellas primeras contracciones que fueron la base para un lenguaje complejo, aquellos símbolos atávicos que nos unían como especie en un solo idioma, y todo esto con la certeza de que con estas cabezas grotescas y extravagantes espantaba a los demonios y espíritus que le atormentaban». Tal era su empeño en terminar su estudio fisiognómico primario que no se detenía ante nada.

En 1781, recibió la visita del filósofo y escritor ilustrado austriaco Christoph Friedrich Nicolai, que le retrató como un personaje abierto y sencillo. Todo su mobiliario consistía en una cama, una flauta, una pipa de tabaco y un libro italiano sobre proporciones humanas. Esto era todo lo que deseaba conservar de todas sus posesiones anteriores. También aseguró que era “un hombre extraño que se pellizcaba frente al espejo y gesticulaba estrambóticamente con el fin de forzar el rostro”.  Desesperado por obtener nuevas expresiones, se embarcó en situaciones más comprometidas como abordar a gente en la calle y amenazarles con una pistola para conseguir el rostro del miedo en la cara de su víctima. Al dar con un nuevo gesto, primero lo trasladaba a yeso y después a mármol, alabastro a bronce, plomo o estaño.   Nicolai atribuyó el desequilibrio del escultor a su extrema castidad mientras que otros historiadores han sugerido una homosexualidad reprimida.

El genial y atormentado escultor falleció en Presburgo el 19 de agosto de 1783 al agravarse la enfermedad de Crohn que padecía. Después de su muerte, las 69 cabezas de carácter fueron heredadas por su hermano y luego por su sobrino que en 1793 organizó una gran exposición en Viena para darlas a conocer y así venderlas. El folleto de la exposición describió las cabezas desde el sarcasmo y el humor, sin conceder importancia al valor artístico, y adjudicándoles nombres como El hipócrita, El olor más intenso, Hombre ahorcado, El simplón, El hombre que bosteza, etc… Messerschmidt nunca llegó a ‘bautizar’ los bustos. Finalmente, la colección terminó por esparcirse y actualmente están localizados 54 bustos repartidos entre Viena, Bratislava, Budapest, Boston, Nueva York, etc..

Bustos de carácter. Litografía aparecida en un suplemento de la publicación Der Adler. 1839.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Franz Xaber  Messerschmidt. Monografía y catálogo razonado. Maria Pötzl-Malikova. Beldevere. (Edición en alemán e inglés con numerosas imágenes e ilustraciones. Descargar desde aquí).

Locura, fantasmas y unas cabezas excéntricas. Artículo del blog Arte en Valladolid, de Javier Baladrón Alonso.

Las cabezas de Franz Xaver Messerschmidt. Artículo publicado en el blog Libreta de bocetos.

IMÁGENES: Las fotografías del artículo son todas del autor del blog tomadas en el Museo Beldevere en el verano de 2024. Las restantes ilustraciones la he extraído de la monografía de Pötzl-Malikova.