
Hoy, 5 de marzo, se cumplen 169 años del nacimiento del getafense Daniel [Urrabieta] Vierge, el ‘Príncipe de la Ilustración’. Vierge, el segundo ilustrador más importante de finales del siglo XIX y principios del XX, nació en Getafe el 5 de marzo de 1851. Era hijo de Vicente Urrabieta, otro gran ilustrador español, y de Juana Vierge.
Hay quien defiende aún, sin otra justificación que el archivo parroquial, que Daniel Vierge nació en Madrid. Sus padres, efectivamente, lo inscribieron y bautizaron en la iglesia de San Sebastián, en Madrid, en la que ambos contrajeron matrimonio el 6 de junio de 1845. Habían dicho, seguramente para incluir al niño en la circunscripción de la parroquia, que había nacido en la cercana calle de Huertas. Una pequeña mentira que no les privaría del cielo, sino que, al contrario, les acercaba uno de los más ilustres parnasos de poetas, músicos y pintores madrileños. En esa iglesia se habían bautizado insignes escritores, músicos o pintores como Ramón de la Cruz, Fernández de Moratín, Barbieri o Luis Madrazo y se habían oficiado los funerales por Lope de Vega el «Fénix de los Ingenios» [cuyos restos reposan allí] y del «Príncipe» de los mismos, D. Miguel de Cervantes y Saavedra.

Una de las fuentes más cercana al artista, el pintor manchego Carlos Vázquez Úbeda (1869-1944) zanja por escrito una polémica estéril; los tres hijos nacidos del matrimonio de Vicente Urrabieta y Juana Vierge, Daniel, Samuel y Dolores, nacieron en Getafe pueblo en el que residían desde que se casaron.
Ya habíamos publicado anteriormente varios artículos sobre Daniel Vierge pero hemos querido insistir en su origen getafense. Si hubiera que destacar un trabajo de Daniel Vierge, ese sería–sin ninguna duda– la ilustración del Quijote. Desde niño había visto a su padre dando forma con el lápiz y el buril a las calenturientas aventuras del universal hidalgo de la Mancha para distintos libros y revistas. En 1893, tras la muerte de su segundo hijo, Daniel Vierge realizó un viaje a España para realizar una serie de dibujos sobre los paisajes del Quijote que la editorial Charles Scribner’s Sons le había encargado para el libro de Auguste F. Jacacci, On the trail of Don Quijote (Nueva York, 1896). En Francia, la obra vería la luz en 1901 bajo el título Au pays de Don Quichotte. Souvenirs rapportés par… Auguste F. Jaccaci. Este viaje le permitió regresar a Getafe y visitar a su madre.
Tres años después, en el otoño de 1896, Daniel Vierge regresó a Getafe. Durante un mes recorrió los paisajes de la obra cervantina con su [segunda] mujer, un hijo de ambos y el pintor manchego Carlos Vázquez Úbeda (1869-1944). Los cuatro viajeros rebuscaron, de posada en posada, de camino en camino, pasando casi las misma penurias que el Hidalgo por el imaginario de Cervantes: la Mancha estéril, la cueva de Montesinos, Argamasilla de Alba, la mazmorra donde tuvieron preso al autor del Quijote, los batanes ya en desuso, los campos de Montiel, Villahermosa, Villanueva de los Infantes, Santa Elena, Valdepeñas y su Venta de Cárdenas, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo, el divino Toboso y los campanarios, las ventanas enrejadas, las hosterías y las gentes de Sierra Morena con sus cielos tempestuosos, sus rocas cegadas por el sol, sus terrenos agrietados, los barbechos, sus horizontes de azul sombrío… «Por estos caminos y pueblos que recorrimos -escribe Carlos Vázquez-, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, pero de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza».
El director de La Correspondencia de España, erudito y pintor especializado en paisajes, Antonio Cánovas [del Castillo] y Vallejo publicó en el periódico que dirigía a principios del siglo XX una graciosa anécdota ocurrida durante periplo hecho según «el itinerario que la imaginación del ilustre manchego hubo de trazarse en su mente enferma» y de los peregrinos que lo recorrieronto en 1896. «Entraron en el pueblo de Ruidera, el más pobre de la Macha, y después de cenar pan y miel, se dividieron en parejas para echarse en dos colchones tendidos en el suelo. La constituida por Vierge y [Carlos] Vázquez despertó sobresaltada a media noche. La pieza, en extremo húmeda, era más bien vivero de cucarachas, y los artistas creyéndose en la tumba comidos por los gusanos, tuvieron que ponerse en pie y sacárselas hasta de los bolsillo. Pasaron por la pieza en que dormían la señora de Vierge y el niño, para lavarse las manos y la cara pretextando que iban a beber agua para curarse un dolor de estómago provocado por la espléndida cena. Y pasada de cualquier modo la noche, volvieron a almorzar pan dura y miel blanquísima, unicos comestibles que puedieron hallar y salieron de nuevo hacia Villahermosa.
En el camino vieron batanes y se cruzaron con dos manadas de carneros. En Villahermosa, pueblo interesantísimo, consiguieron dos venturas hacía tiempo no gozadas: camas para dormir y carne que comer. Dejando este pueblo, que para ellos fue lo que las boda sde Camacho para Sancho, atravesaron el árido campo de Montiel, solo adornado por la silueta del famoso castillo, y tomaron la ruta de Argamasilla.»
En los quince días siguientes, antes de regresar a París, Carlos Vázquez se acercó a Toledo con el objetivo de arreglar algunos asuntos particulares. Daniel se encerró en la casa familiar de Getafe dibujando de manera frenética 257 dibujos, esbozos y apuntes, de los 262 que entregaría a la editorial. El testigo más cercano durante esos días, el propio Carlos Vázquez, prologuista de la edición ilustrada del Quijote que publicó Salvat en 1930, lo relata así: «se trasladó hasta Getafe, lugar de nacimiento de Urrabieta, donde se detuvo unos días al lado de su madre». El pintor manchego se encontró a su regreso con una sorpresa inesperada que será mejor conocer con las mismas palabras del asombrado y perplejo artista: «Durante nuestro viaje, no hizo Urrabieta -afirma Carlos Vázquez– ningún dibujo ni tomó apuntes. Cuando volví a Getafe, para regresar juntos a París, me encontré que había llenado tres álbumes, todos ellos con dibujos de los parajes que acabábamos de recorrer. ¡Nadie hubiese dicho que no estaban tomados del natural! ¡Qué carácter tenía todo y qué exactitud de lugar!»
Hoy volvemos a reclamar el merecido homenaje a la figura de Daniel Vierge, no como uno de los más grandes artistas universales —afirmación indudable—, sino como personaje ilustre nacido en esta ciudad tan poco agradecida. No tiene Vierge un monumento en Getafe, ni siquiera el nombre de una calle; tampoco se exige ni se reclama por el mustio movimiento cultural de Getafe, por los aficionados a la historia o los cronistas oficiales; lo mismo ocurre con su padre Vicente Urrabieta, gran ilustrador español del siglo XIX, y con otros personajes como Ignacio Negrín, el poeta del mar, Juan Bergua, el ‘editor rojo’, o Filiberto Montagud, un artista polifacético, entre otros olvidados.