Viernes 26 de noviembre de 2010; por la tarde. Polígono Industrial de Los Olivos, en Getafe. El conductor del furgón Mercedes Benz Artego aparcó el vehículo en el interior de la nave, comprobó con el encargado el albarán de transporte y dejó las llaves en la guantera. Tras despedirse del resto del personal, recogió su coche aparcado frente al número 3 de la misma calle Destreza y se alejó sin mirar atrás. Finalizaba su jornada laboral y un largo viaje desde Colonia a Getafe, con escalas técnicas en París y Barcelona. Estaba deseando llegar a casa y disfrutar del fin de semana. Hasta el lunes. Había oscurecido y empezaba a bajar la actividad en el polígono industrial, ralentizándose el pulso, disminuyendo sensiblemente el tráfico de vehículos industriales y personas.

A la mañana siguiente, tres hombres caminan haciéndose los distraídos aunque en realidad vigilan la zona, escrutan los alrededores de la sede de Transportes Crisóstomo, una empresa con cuarenta años de experiencia y especializada en el transporte de obras de arte. Las pocas empresas que han abierto el sábado por la mañana han empezado a echar los cierres. Es medio día y no hay ni un alma por esa parte del polígono. Los tres personajes saben que en el interior de la nave hay un “tesoro” de más de cinco millones de euros. El chivatazo es de los buenos. Desguarnecido. La nave 10B no tiene vigilancia durante el fin de semana; solo una alarma contra intrusos y un circuito cerrado de video. Parece sencillo. Los ladrones lo saben. Antes de forzar la puerta de entrada, se colocan las capuchas de lana negra. Actúan rápidamente como si estuviera perfectamente planificado, sabiendo lo que hacen, directos hacia el furgón. Certeros. El golpe dura apenas tres minutos. Abren el portón y se largan. Aceleran. Getafe está en el centro de una encrucijada de caminos; un lugar perfecto para tener una nave logística o de transportes y, claro, también para una huida rápida y anónima. Un robo como en las películas americanas; los cacos se llevan la mercancía casi sin esfuerzo, sin violencia, sin víctimas. Aquí paga el seguro. La A-4, la M-45, la M-50, la A-42. ¿A dónde? Corre, corre… con el dinero.

Lejos, y a la misma vez, en la central de la empresa de vigilancia sonó la alarma. Eran las 13 horas del sábado. Algún descuido, piensan, pero… El protocolo de actuación en estos casos dicta que se llame al dueño del negocio y a la policía. La nave debe está cerrada. No tiene por qué haber nadie. En pocos minutos, el vehículo de la brigada de seguridad ciudadana hizo acto de presencia en la sede de la empresa transportista observando que la puerta estaba forzada. El dueño, un tal Virgilio Crisóstomo, cómo no, denunció la falta un vehículo que había llegado la tarde anterior procedente de Colonia (Alemania) con treinta y cinco obras de arte de autores como Fernando Botero, Eduardo Chillida, Pablo Ruiz Picasso, Gonzalo González, Cvueto Marsic, Julio González y Antonio Saura. Lo cierto es que las informaciones son un poco confusas. Nadie sabe cuántas obras iban exactamente en el furgón. Además de las que salieron de Colonia, están las que el conductor recogió en París directamente del estudio de Fernando Botero y que, tras hacer escala en Madrid, saldrán expedidas hacia una nueva exposición en Singapur. Parece que son treinta y cinco. Así es el mundo del préstamo de obras de arte para exposiciones. Todo es ir y venir.

Las obras robadas, propiedad de cinco o seis galerías de arte, procedían de una exposición en la Stephan Ropkë, en Colonia, y habían sido valoradas por sus dueños a “precio de mercado” en más de cinco millones de euros; los mismos cuadros y esculturas habían sido asegurados por AXA Art Colonia y tasados en 2,5 millones de euros. El transporte se realizó, contra lo que marca la normativa en este tipo de trayectos internacionales y con esa valoración económica, sin el preceptivo furgón blindado, sin vigilantes jurados, ni medidas especiales de seguridad. El mundo del arte, como el ladrillo y otros muchos sectores, están atravesando momentos difíciles. Los implicados, galeristas, expositores y transportistas, se ahorran esos costes que muchas veces harían inviable algunas de las exposiciones que figuran en las guías del ocio de muchas ciudades. Eso mismo está convirtiendo al sector en una diana fácil para los ladrones de guante blanco y guante negro.

Tras revisar la grabación, los investigadores se sorprenden por la agilidad y la limpieza del golpe; las llaves estaban en la guantera. Parece evidente. Se piensa en un cómplice, en el enemigo en casa que se llama en las serie b de televisión. En los primeros momentos de la investigación se duda del vigilante de la empresa, con antecedentes penales (¿ustedes se imaginan?), por delitos -eso sí cancelados- contra el patrimonio o, incluso, del mismo conductor, téngase en cuenta que, además de su ocupación, era de nacionalidad rumana.

La policía ocultó la noticia a los medios de comunicación hasta saber con certeza si se trataba de una chapuza local, de un robo planificado en Alemania por alguna banda de delincuentes de los países del este, incluso una especie de cheque a cuenta o pago en especie a las mafias de la droga y el tráfico de armas, fácilmente canjeable en ambientes de la peor y más culta delincuencia.

El conductor rumano fue interrogado. Los investigadores concluyeron, al parecer, que el hombre no tenía nada que ver con el robo. También el vigilante. Nada transcendió de ese interrogatorio. Los policías se mantienen testarudos para mantener el secreto del sumario y de las investigaciones. Tres días después, aparecía el furgón de Transportes Crisóstomo en un polígono industrial de Alcorcón. Estaba vacío. Las obras de arte se habían esfumado. Se consolidaba la idea de un golpe profesional; las presuntas víctimas del robo, los propietarios de los cuadros y esculturas empezaban a pensar en los damnificados reales: las aseguradoras. Casi nunca se recuperan las obras de arte robadas. Habría que esperar, cuán largo lo fían, al menos una generación ¿Cuántos seremos menos para que ese Botero o Chillida vuelvan a ver la calle?

Según el escritor y experto en sustracción de obras de arte, Noah Charney, fundador también de una compañía de investigadores contra esa modalidad delictiva, asesoraba a la poli través de los periódicos. Charney aseguró a la agencia EFE que “el robo se había planificado en Alemania, país en el que hay muchas bandas de Europea del Este y en el que se hallaban esas obras cedidas para ser expuestas”. Todo el mundo dudaba volver a ver las obras. La falta de responsabilidad y profesionalidad se mostraban como pruebas evidentes. La cabezas rodaban con prontitud. Los galeristas y dueños de las piezas se mostraban escandalizados con las circunstancia del transporte y custodia de sus valiosas propiedades. Incluso, la dueña de la escultura “Topos IV”, de Eduardo Chillida, advirtió de las dificultades de su manejo. La escultura, un banco en acero oxidado, pesa una tonelada. ¡Cualquiera va por ahí con un cacharro de mil kilos de hierro como quien lleva un cuadrito..!

En el transcurso de la investigación, se localizó el “pesado” banco de acero del escultor vasco en una chatarrería de Palomeque, municipio de la comarca de la Sagra, entre Cedillo del Condado y Casarrubios del Monte. El dueño de “Recuperaciones Becerra” aseguró a la prensa local –tan ufano- que había sido su propia hija la que había ofrecido y pagado 33 euros por el banco de mil kilos y otros ciento cincuenta kilos más de chatarra a un tipo flaco al que habían visto sólo un par de veces. 30 euros por el banco oxidado. Y por cierto, aseguraban los dueños de la chatarrería, que el vendedor no era –seguro- uno de los ladrones. Ahora, sí; estábamos jodidos. Ni el famoso y sabihondo escritor, ni los expertos policiales podían creerse el primer lance de la historia de uno de los mayores robos de obras de arte en España.

La noticia se publicaba dos días antes del sorteo de la Lotería de Navidad. ¡Qué disparate o disparidad de criterios! De la tasación oficial de una obra de arte, del valor que las aseguradoras y fuerzas de seguridad asignaban a una de las piezas del robo, a la valoración que finalmente le asignaba el propietario y tasador, tasadora en este caso, de la parte compradora.

Lo sorprendente del caso es que en la chatarrería, todos pensaron, los dueños y los trabajadores, que se trataba de un simple banco oxidado que a lo mejor había sido abandonado en un ignoto vertedero por algún ayuntamiento caprichoso. Las chatarrerías están en el punto de mira de la policía desde que aumentaron los robos de cable de cobre, pero esto era diferente. A las preguntas de la policía sobre la pieza de arte, uno de los trabajadores de la chatarrería dijo que eso no era ninguna pieza, sino “un cacho de hierro que no servía para nada”. La policía le aseguró al estupefacto trabajador que el “cacho de hierro” en cuestión se llamaba “Topos IV” y que estaba valorado en 800.000 euros. El dueño de la chatarrería no lo dijo seguramente, pero lo pensó, en aquel mismo momento, “topo-ta-madre, so bruta, becerra… si teníamos la lotería de navidad delante de las narices y no lo veíamos”. El trabajador seguía pensando lo mismo: ¡eso es un cacho de hierro oxidado!

El dueño del almacén de morralla, el tal Becerra, aseguró a los investigadores que en unos 20 0 30 días el famoso “topo” hubiera acabado su días en una fundición situada en la localidad de Getafe [recoño, otra vez para Getafe] a la que envía la mayoría de los materiales que almacena en la parcela situada en la carretera regional CM-4004. Y así, el destino del ahora famoso banco se dirigía de nuevo a Getafe, de donde salió sin permiso, ni visado, y donde hubiera acabado su historia como obra de arte del tal Eduardo Chillida Juantegui. Menudo mes, para la obra del artista vasco. Primero le venden una obra de casi un millón de euros en una chatarrería al peso, y luego cierra su famoso museo Chillida-Leku en Hernani (Guipúzcoa), tras un Expediente de Regulación de Empleo (ERE). La cosa está fatal. ¿Habría que volver a tasar su obra tras ese penoso incidente, el de un euro por cada treinta y tres kilos de acero oxidado? Lástima.

El descubrimiento del banco en la chatarrería toledana, contribuyó a acelerar las investigaciones y a constatar que el robo había sido perpetrado por aficionados con algún chivatazo o información, pero desconocedores del contenido real del furgón sustraído y de las posibilidades de convertir el valor de lo robado en dinero. No había forma de dar salida a aquel montón de cuadros y hierros valorados, por no se sabe quién, en cinco millones de euros.

El sábado 18 de diciembre, la policía localizó en un polígono industrial de Leganés el resto de las obras dentro de una furgoneta en la que los ladrones guardaban el material robado. Hasta la fecha, mediados de enero de 2011, no ha habido detenciones, ni se ha esclarecido el robo.

Los tres ladrones robaron un último coche -suponemos nosotros- y enfilaron la carretera de Toledo por enésima vez. De repente se sorprendieron mirando hacia el mismo punto, allí cerca del hotel AC, frente al nuevo barrio de El Bercial, habían colocado un cartel de plástico transparente donde algún gracioso había pintado con letras mayúsculas la palabra ARTE. ¡Y una mierda, arte! A nosotros nos lo van a decir; y, para colmo de desgracia, nos lo recuerdan en una valla publicitaria. Y luego siguen pintando porquerías… Eso será el arte.

La definición de esta actividad intelectual y emocional está sujeta a discusión permanente. Aunque eso sí, permite asignar ese calificativo a cualquier trabajo humano, pictórico, escultórico, textil, arquitectónico, literario, fotográfico, cinematográfico, etc., incluso gastronómico, que comunique algo o, simplemente, emocione al espectador. Y esa valla llegó, sin duda, al corazoncito de los ladrones. Pero en forma de ofensa, de recordatorio de su ignorancia, como insulto a su falta de pericia, como pública noticia de su inexistente cualificación para el oficio de ladrón de mercancías artísticas.

Sin embargo, la discrepancia entre las distintas valoraciones de los objetos sustraídos en la empresa Transportes Crisóstomo, la que plasmó en los papeles el dueño de la empresa transportista, la que asignaban los propietarios, la que aseguraban las presuntas víctimas económicas, las compañía de seguros, la de los trabajadores de la chatarrería que tuvieron que “tasar ” la obra de Eduardo Chillida, incluso la opinión real de los ladrones, aún por conocer, muestra ante nosotros una fábula parecieda a la de los “tejedores pícaros que engañaron al rey” con un tejido tan maravilloso que sólo podían ver los que no eran hijos de su presunto padre [hijosdeputa o hijos de madre adúltera], según una de las historias ejemplarizantes o cuentos moralizantes que se relatan en el libro del Conde Lucanor, obra escrita a finales de la edad media por D. Juan Manuel. El escritor danés Hans Christian Andersen, que leyó una traducción alemana de esa primera obra, escribió el cuento titulado “El rey desnudo” o “El traje nuevo del Emperador” y en el que, tratando de huir de la temática del adulterio de la que se burló el Infante castellano, puso énfasis y dirigió el objetivo de la sátira de los fraudulentos tejedores al orgullo y a la vanidad intelectual. “Porque todos crean que algo es bueno o verdadero, no se concluye que lo sea”. También Cervantes trató el mismo tema, con otro argumento, en su famoso entremés “El retablo de las Maravillas”.

Cuando hablamos de arte, no hay dos, ni tres opiniones. Hay un mundo, una infinidad de perspectivas en las que cada cual y cada uno tiene o aporta su definición y sus gustos sobre ese hecho creativo, aunque es cierto que el arte moderno está –cada día más- bajo la sospecha de falsedad, de ausencia de tejido real, presa de argumentos embaucadores, lleno de mentiras cómplices, contra las que nadie, que no quiera señalarse como estúpido, es capaz de aventurar que esa cosa, objeto o instalación, que nos enseñan en una muestra o exposición, en un museo, o en una valla de expresión libre, es un cacho de hierro oxidado o una porquería ejecutada con pintura sintética en espray. Alabado sea, el rey desnudo. ¡Qué bello vestido porta!

Viene a unirse toda esta extensa y, por lo que sabemos, verídica narración, cosa que intentamos en casi todas los temas que tratamos, con la manía de mezclar historias y noticias que puedan llegar a contener un mensaje parecido, y que nos sirva de fábula particular o de hilo conductor para llegar a una moraleja o conclusión. No es casualidad; se trata de aquilatar la suficiente paciencia para que los temas se junten solos, se reúnan, se muevan bajo un mismo titular, al menos aparentemente. Disculpe el lector que viene a la nota breve, el “post”, a la entrada sencilla y novedosa. Ni uno ni otro. Podríamos haber acabado sencillamente diciendo que la imagen que Getafe muestra a sus transeúntes y turistas, de paso por el municipio, es una auténtica vergüenza. No se trata de que puedan robar impunemente un Botero. No. Ni un Chillida. Se trata de un “desarte”, de lo que, nos parece muy claro, no es arte por que no comunica, ni es bello, más bien feo; solo desarte callejero, aunque contradiga su denominación en la página web del consistorio.

Hace poco, el Ayuntamiento de Getafe, a través de su Concejalía de Cultura y Juventud (y Urbanismo, no lo olvidemos) ponía en marcha una iniciativa deleznable, inconsistente: un concurso de grafitis en una hilera de parcelas verticales de metacrilato transparente con vistas a la A-42 [hasta que las enguarraron con pintura sintética]. Solo hay que transitar por la Carretera de Toledo, para observar a su paso por el término municipal de Getafe dos mundos distintos y distantes, y sin embargo, cercanos. Sólo seis carriles de la autovía y su mediana los separan, y así, en un sentido u otro, de Toledo para Madrid o de Madrid para Toledo, se puede comparar la barrera que oculta y ampara de ruidos a los barrios planificados a un lado y otro, El Bercial y El Rosón. A la derecha, según vamos hacia Parla, el caballón de El Bercial, con su descuidada jardinería, pero lleno de árboles que en poco tiempo despuntarán y acompañarán como gigantes benéficos a los aburridos conductores, habituales y transeúntes ocasionales, de esta vía de la zona sur madrileña. Al otro lado, a la izquierda siempre en el mismo sentido, intentando ocultar los ruidos de la carretera al fracasado y esperpéntico barrio de El Rosón, una valla de metacrilato pintarrojeada con grafitis vulgares, de tipografías psicodélicas y miméticos a los de cualquier sitio imprime ante los ojos del viajero la imagen de una ciudad macarra, de una chapuza de arte mayor; por supuesto, sin contenido cultural, ni propuesta, alternativa o real de la juventud de este municipio.

Así vista, parece la idea que tiene la institución del arte juvenil, la misma que debería velar por la imagen de la ciudad. Es increíble, aunque no inaudito. Siempre el mismo concepto cultural vacío, hueco, ausente. Piénsese que ha sido el propio Ayuntamiento de Getafe el inductor de la idea –pensamos que para ayudar a los promotores y amigos de El Rosón con un proyecto bonito y barato- el que ha organizado o impulsado la idea de “expres-arte”, arte rápido o mancha urgente, guarrería fugaz, para intentar que los jóvenes del municipio se expresen. ¡Si esa es su visión del arte, qué mal están los jóvenes de Getafe! Es una propuesta de la concejalía de Cultura y Juventud sobre el arte mural aplicado al urbanismo. No sólo se pone el lienzo [encima de puta, poner la cama]. También la pintura. En la Delegación de Juventud se podían reservar, previa inscripción, hasta ocho metros de panel de metacrilato transparente. Un pequeño espacio para el arte con vistas a la A-42. Además, el Ayuntamiento pagaba la pintura. Creo que 16 botes de pintura sintética en espray por autor [creador]. Se trata de que te expres-es; de expres-arte, de impresión-arte, de descoloc-arte, de descojon-arte, … De verdad que tiene … [ponga usted, querido o desafecto lector, el sustantivo que le venga en gana] la cosa. Pasamos del Getafe negro, al Getafe a “colorines”, salpicado de estúpidos rótulos de siglas, nombre y motes, en un instante. El turista accidental, el que pasa la primera vez por la carretera de Toledo piensa que ahí, detrás de esos garabatos de ignorantes, de atrasados culturales, hay un pueblo de gamberros. Se reserva el derecho de admisión. Getafe, Capital de la Comunidad de Madrid; sólo fracasados, guarros e ignorantes. Y ahí empieza todo. O acaba.

Pensarán, si fueran capaces de tal cosa, los promotores del barrio fantasma de El Rosón, que con el dinero que se ahorraban con la “artística” valla les saldría más barata la urbanización y podrían vender más casas; y más caras las casas. Y parcelas, a incautos promotores que quieran vender casas en un barrio que parece, más bien, vista la imagen que se proporciona en la tarjeta de visita, un barrio marginal como el Pozo del Tío Raimundo, el Vallecas de cuando solo era el “valle del kas” o el San Fermín de Villaverde de los mejores tiempos cuando los barrios del sur eran territorio prohibido a señoritos y pijos. ¿Qué tugurio, barrio hortera, o ciudad vulgar, se esconde tras esa barrera de plástico pintada de manera tan horrenda? ¿Quién es, no el concejal o concejala de Cultura, el de limpieza de este municipio de tránsito, de entrada y salida, de la capital de España?

No entramos en la pretensión de los industriales ubicados a pie de carretera y que esperaban quedarse en primera línea de la nueva Castellana del Sur, como definió en algún momento el Alcalde la nueva A-42 tras su “defunción” y posterior enterramiento. El problema es que no hay dinero. Se acabó la diversión del enterrador. No hay primera línea de gran avenida. Y en muchos años.

Parece lógico que el Ayuntamiento de Getafe, asesorado por los Servicios Técnicos, siempre tan equitativo, en su reparto de cargas y beneficios en los diferentes barrios que se proyectan en el municipio exigiera a la Junta de Compensación de El Rosón lo mismo que ha exigido a la de El Bercial. Que aísle el barrio de ruidos, conforme a la Ley, y que además lo haga de una manera que no desprestigie con una imagen grosera y zafia, falsamente artística, a la [presunta] capital del sur. ¿No podrían hacer un pequeño caballón, casi un poni, con una barrera de árboles [piénsese en una muralla vegetal] con un pequeño jardín vertical de plantas trepadoras y enredaderas. Imaginen los promotores y su amigo el concejal de urbanismo, cultura y juventud: una reja metálica de dos metros de altura, sobre la tierra apuntalada, con enredaderas a modo de escudo de una hilera o dos de cipreses y riego por goteo… No es que sea arte, ni siquiera artístico, cualidad cercana a la buena voluntad del que se considera un artista; ni siquiera artesanía, pero será bonito, verde, ecológico y no es muy caro [además]. Sus amigos se lo agradecerán. Podrán vender algún piso, no muchos, no crea… Pero eso es otro arte.

Con respecto a los artistas del grafiti, que también los hay, porqué no se retoma la idea de adecentar y decorar con obras, previo proyecto aprobado, los muchos testeros destartalados que hay en el centro urbano. No sería mala idea, pero no como un concurso. Como trabajo meditado, continuo, perseverante con los que realmente tengan algo que decir. La valla instalada en la carretera de circunvalación, desde la puerta de lal Base Aérea hasta el Sector 3, también se ha empezado a llenar de borrones y manchurrones. Nos rodean los artistas… Por favor, a los que pintan letritas, que alguien les pegue una patada en culo [simbólicamente, eh] y si ensucian las paredes, múltenles: a ellos o, si son menores y sin recursos, a sus padres. Así aprenderán, si no a pintar y a crear de verdad, a respetar.  Basta de tomaduras de pelo y de jóvenes [presuntamente] rebeldes que no saben hacer la o con el canuto de un rollo de papel higiénico.