Nos han encerrado, confinado o enchironado, y quisieran, además, cambiar el cerrojo de la puerta por una pared inexpugnable a la crítica. Extraña foto tomada en una pared de Madrid. ¿Pero que pinta la parte masculina del cerrojo sin su componente femenina, anclada al muro como símbolo de nuestro aislamiento? Creemos que la epidemia podría ser parte de un funesto experimento de cómo van a ser las futuras guerras mundiales. Los nuevos jinetes del apocalipsis cabalgan, como en tiempos de la peste negra, a lomos de extrañas criaturas: virus, bacterias, hongos, protozoos y otros gérmenes patógenos.
Decimos experimento porque es lo que nos sugiere el desarrollo de la crisis del ‘coronavirus’. ¿Alguien ha querido recrear el centenario de la mal llamada peste española? O, quizás, desde alguna agencia secreta —no sabemos si china, rusa o americana— se han puesto a prueba las defensas mundiales. Gobiernos, medios técnicos y científicos, personal sanitario, policía, ejército, abastecimiento y logística. El miedo de la población al contagio se corresponde con el terror y la incertidumbre que provocan las bombas que suelta la aviación sobre civiles y militares, sobre niños y mayores, hombres y mujeres.

El resultado del experimento, además de los miles de muertos, se computa con cientos de gráficos, estadísticas, velocidad de transmisión, tiempo de paralización de los fábricas y medios de producción, del comercio, de la aviación y del resto de sistemas de comunicación, del confinamiento, de manera generalmente dócil, de buena parte de la humanidad. Los autores del experimento, en este supuesto, tienen todos los datos públicos y los que subyacen de las mentiras oficiales, el porcentaje de contagiados y muertos, con un virus, no digamos que benigno, que no está diseñado para culminar en hecatombe, en nada comparable a la epidemia de 1918-1919. Los laboratorios de guerra bacteriológica o virológica podrían reservarnos bichitos más letales y espantosos.
Los principales damnificados, aparte de los fallecidos y de sus familias, han sido los gobiernos de casi todos los países. No han estado, de forma general a la altura de las circunstancia y de la prudencia que se espera de nuestros gobernantes. Sobra altanería e improvisación y falta preparación para liderar a los ciudadanos. España, o al menos su gobierno, no estaba preparada para este embate; quizás se han salvado de la quema, como siempre, los que están destinados a la primera línea de combate, de manera forzosa o voluntaria; sanitarios en general, personal de logística y abastecimiento, policía, emergencias, incluso —de forma paradójica en último lugar en tiempos de guerra— el ejército.
Llevamos tantos días enjaulados, salvo para comprar lo necesario, que empezamos a no distinguir el umbral de la salida y el final de la clausura. Para más adelante queda el cataclismo económico y social que se perfila en el futuro más cercano. Resulta fácil el recuerdo del Decameron de Boccaccio. Florencia, 1348. La peste negra o bubónica asola la ciudad. Siete mujeres y tres hombres de la alta sociedad se encuentran a la salida de misa en una vacía iglesia de Santa María Novella y acuerdan aislarse juntos en una villa abandonada a las afueras de Fiésole. Allí pasan diez días contando historias eróticas, procaces, sensuales y terrenales. El cielo puede esperar.
El Decamerón describe los efectos físicos, psicológicos y sociales que sufrió gran parte de Europa con la peste negra.
«¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!»
En el caso de los personajes de Boccaccio, la cuarentena voluntaria se redujo a diez días; en nuestro caso serán semanas o meses. Y la mayoría de los enclaustrados por decreto no tendrán el alivio de los relatos verbales; el pasatiempo llega, en gran parte, a través de la televisión, programas de ‘entretenimiento’, películas y series ¿Cómo le ira [económicamente] a Movistar o a Netflix? A Atresmedia y Mediaset no les va nada mal. A las primeras de cambio han obtenido una pequeña recompensa, previa a futuras gratificaciones, por los ‘servicios informativos’ que están prestando, sobre todo al gobierno
Hay que resaltar lo que ha sufrido el presidente del gobierno con los muertos y con las familias de esta epidemia; y eso que él, que no tiene abuela, es el mejor líder de Europa [así está la UE]. ¿Cuántos días de luto habrá que declarar para pasar el duelo de la mortandad ocurrida?. Desaparecido al principio, Sánchez volvió vestido con piel de cordero, sin verrugas, para soltar el mitin del político mentiroso. Un papelón digno de una serie de Atresmedia o de +Movistar. La aparición de Pedro Sánchez en rueda de prensa simultánea [y controlada] en todas las televisiones dramatizó su papel de líder nacional y confundió a los más ingenuos poniendo cara compungida, y ese intento permanente y fingido de soltar una lágrima de cocodrilo. ¿Cómo se atreven algunos, pocos o muchos, a criticar al gobierno? ¡Son todos unos fachas, de extrema derecha…! Viva solo el ideario [progresita] de la sexta.
Sin embardo, habrá que achacar la responsabilidad de la ausencia e imprevisión, solidariamente, al Consejo de Ministros [y ministras] y de su legión de asesores y asesoras, más preocupados por la imagen pública que han proyectado que por las dimensiones sanitarias, personales y económicas de esta crisis, aunque no vayan a pagar por ella. La llamada izquierda política se considera moralmente superior. Si ocupa el gobierno no se equivoca nunca. Si ejerce de oposición, la mentira del gobierno es suficiente para su desalojo; su crítica está respaldada por esa superioridad ética que se atribuyen sin pudor. Como si los dictadores comunistas [Lenin, Estalin, Mao, Castro,…] hubieran sido hermanitas de la caridad.
Habrá que esperar, quizás de forma estéril, a las próximas elecciones o protestar en vano delante del televisor, contestando [inútilmente al fin y al cabo] al presentador que funciona como correa de transmisión de las mentiras oficiales ; se creerán que nos engañan, pero no. Es posible que manipulen con las cifras de infectados, las curvas, el punto de inflexión, los muertos, la imprevisión y la falta de material sanitario. En este país, por negligencia u omisión, no dimite nadie; bueno habrá que recordar las dimisiones, más o menos voluntarias, de Aznar y de Rivera. El resto nada. Sillón, sillón y sueldo; o puertas giratorias: más sillón y más sueldo. ¡Que se joda la plebe!
Mientras el experimento de guerra mundial [también llamada crisis sanitaria] avanzaba en el tiempo y el espacio, el gobierno socialcomunista de España mostraba contumaz su cariz más relajado y prepotente. Durante las primeras semanas de este año, obviando las repetidas advertencias de la OMS sobre la pandemia, restando importancia a las noticias que venían desde Wuhan [cuentos chinos], inmersos en la estéril faena de trasladar al ‘viejo’ Paco, del que nadie se acordaba ya salvo los que se visten con el dogma ideológico supremacista y el resentimiento histórico; discutiendo la Ley Montero, ministra y esposa [aunque suene machista, su principal mérito es ese] del vicepresidente Iglesias, la del sí es sí o la del no es no, animando a las mujeres a las peligrosas concentraciones del 8M [ahora se arrepienten del lema que suavizaba los efectos de este coranavirus comparado con el machismo]. Ya les vale a algunas mujeres su tremendo análisis feminista; viendo a Ábalos, al Ministro de Fomento, como un fantoche ufano, atiborrado de ego, en el balcón durante la mascletá de Valencia [había dudas si seguir adelante con las fallas]; y sobrevolando como espectros erráticos — de Sánchez al experto en epidemias [Simón el cejas]—, que no pudo o supo evitar su propio contagio, diciendo hoy una cosa, distinta a la de ayer, y mañana otra sorprendente, diferente o, incluso, contradictoria; un gobierno perplejo, indeciso en el rumbo, encadenado a la incertidumbre de las vacaciones de Semana Santa, del Rocío, o de la Feria de Abril, paralizados ante la caótica situación de la cercana Italia, como si el problema no fuera con España, dejando llegar los cientos de aviones desde el país vecino, dando papelitos en los aeropuertos… Declaró el insensato Sánchez: «España está a la vanguardia mundial», zanjando así, de forma contundente, la preocupación de casi todos los españoles.
Ahora que se ha comprobado que solo estamos en la vanguardia de contagiados y muertos, el gobierno juega al doble o nada en la ruleta rusa de la opinión pública imponiendo la censura en las ruedas de prensa del inválido que ocupa la Moncloa y a su coalición socialcomunista de chichi-nabo o, más eficaz, entregando de forma bastarda e impúdica dinero a espuertas, comprando o, al menos, comprometiendo, la independencia de los telediarios privados. Lo importante no es ya la plaga, es ver quién ha ganado en las encuestas, verdaderas o falsas, lavar su imagen de ineptitud en los dos principales grupos de televisión; a pesar de sus abultados beneficios en el ejercicio anterior. La televisión es, sin duda uno de los entretenimiento más demandados por la ciudadanía. Y a ello se ha entregado el gobierno y los responsables de la información de las televisiones. Para calcular la independencia de un medio, mídase el volumen de publicidad institucional para valorar su dependencia, su nivel de compromiso; lo que no era bueno con un gobierno azul, no puede ser bueno con un gobierno colorado. Piense el lector en los bandazos de criterio, sobre todo, de la Sexta cuando exigía la dimisión de Rajoy por la gestión del ébola y defiende a capa y espada la miserable gestión del gobierno de Pedro Sánchez.
Se trata, esta del Covid 19, de una crisis de dimensiones imprevisibles en un futuro cercano que no han provocado nuestros gobernantes, pero que quizás se ha visto acrecentada por la falta de previsión y la incapacidad para dirigirnos de la mayoría de los que permanecen, con toda su cara dura o la pose llorona, aferrados a sus sillones; observándolos, antes complacientes, vanidosos, y ahora con temor…
[Me] Da la sensación de tener un Gobierno colmado de inútiles, de políticos inanes, de lisiados mentales que andan como pollo sin cabeza. Hoy digo esto, mañana, un día más cerca del pico de la curva, ya veremos ¿Quiénes somos nosotros para prevenir o dilucidar la solución a los problemas que tiene España? ¿No serán culpa de Aznar, de Rajoy o, vaya usted a saber, de Franco o del llamado régimen del 78, parafraseando a estos falsos revolucionarios de sueldos millonarios, palabras grandilocuentes y chalé en las afueras…
Cuanto más se excusa y exculpa el Gobierno, atacando al resto, a los que no comparten el criterio de unidad o de lealtad sin fisuras, más muestra su incapacidad en la gestión de lo público. Pedro Sánchez, el último y gran timonel del socialismo hispánico, no cabe en la ‘rejuvenecida’ tez de su cara. No parece que sea el líder que España necesita. Se avecinan malos tiempos para los farsantes.
Se trata de un gran y complejo experimento, de una crisis sanitaria en su albor, que no han provocado los que nos [des] gobiernan, pero que quizás se ha acrecentado por su falta de previsión y la incapacidad para dirigirnos de la mayoría de los que permanecen, con toda su cara dura o la pose llorona, aferrados a sus sillones; observándolos, palpándolos, antes complacientes, vanidosos, y ahora con un cierto temor a rendir cuentas a la ciudadanía, intentando echar la culpa a cualquiera que no sean ellos.
Entrado el verano, acaba en principio la emergencia sanitaria, estaremos abocados a enfrentarnos a otras dificultades derivadas del mismo experimento. Mientras tanto, en algún ignoto lugar, en un camuflado laboratorio, desconocidos agentes y científicos a podrían planificar otro Coronavirus más letal contra la humanidad. Se calcula que la peste negra acabó con cuarenta o cincuenta millones de personas en Europa. La ‘peste española’ de hace 100 años acabó con casi cuarenta millones en todo el mundo. La superpoblación, la falta de recursos naturales, el calentamiento global, la desaparición de las especies y otros problemas de la humanidad tiene una solución en un matraz o en un tubo de ensayo.
Estimado Juan, he leído tu aleccionador artículo con fruición releyendo algunos de los párrafos hasta casi aprendérmelos de memoria. Fantástico, oportuno, educativo y valiente. Sería necesario y casi me atrevo a decir obligatorio el que fuera leído públicamente, no sólo en los medios de comunicación, que también, sino en las plazas públicas convertidas en ágoras y sin duda en las escuelas y, especialmente, en las universidades de las que se nutren, de forma especial y erradamente, la política. Con tu permiso, voy a enviarle a todos aquellos contactos que tenga en los archivos y en la memoria más antigua, aunque muchos de ellos nos hayan abandonado, más o menos recientemente, porque desde donde estén estoy seguro que disfrutarán leyéndolo. Gracias por no poner “cerrojos” a tus escritos. De nuevo, gracias. SEBASTIÁN CARRO.