En el año 2013 se extendió una pandemia que acabó fulminantemente con buena parte de la población mundial. La historia de la Peste Escarlata es recordada sesenta años después por uno de los supervivientes a sus nietos, unos salvajes que no saben leer…

—¿Qué es el dinero abuelo?
Antes de que el viejo pudiese contestar, el muchacho, recordando de pronto , metió triunfante la mano en la bolsa que llevaba debajo de la piel de oso y sacó un dólar de plata, deslucido y abollado. Los ojos del anciano brillaron al acercar a ellos la moneda.
—No puedo ver —murmuró—. Mira si puedes distinguir la fecha, Edwin.
El chico se reía
—Qué cosas tienes, abuelo, queriendo hacer creer que estas pequeñas marcas indican algo.
Mostró el anciano su acostumbrada tristeza al acercar de nuevo la moneda a los ojos.
—2012 —chilló al fin de modo grotesco«. Este es el año en que Morgan V fue nombrado presiente de los Estados Unidos. Debió ser una de las últimas monedas que se acuñaron porque la Peste Escarlata ocurrió en 2013. ¡Señor! ¡Señor! ¡Quién lo pensara! Solo hace 60 años».

Es el argumento de la Peste Escarlata, un relato de Jack London escrito en 1910 y publicado en 1912. London, fallecido en 1916, no conoció pandemias como la Gripe Española que en dos años, entre 1918 y 1920, acabó con más de cuarenta millones de personas , la mayoría jóvenes entre los 20 y los 40 años. Aunque se llamó española, nunca se ha acreditado el origen de la epidemia. Incluso se sugiere que empezó como otras muchas, en China. La censura y la falta de medios impidió investigar el foco del virus.

A la vista del estado de alarma de estos días de 2020 y de la situación de confinamiento de parte de la población mundial (china, italiana, española…), la Peste Escarlata de 2013 nos recuerda la fragilidad del sistema político, económico, social, incluso sanitari.

«Aquello parecía serio, pero nosotros, en California, igual que todos los demás, no estábamos alarmados. Teníamos la seguridad que los bacteriólogos encontrarían el medio de dominar el nuevo germen. (…)

«El corazón empezaba a latir con fuerza, la cabeza se hinchaba, y entonces sobrevenía la erupción escarlata, extendiéndose como una granizada sobre la piel (…)

«La primera defunción ocurrió un domingo por la mañana. El jueves siguiente ya morían como moscas…».

La trama narrativa de London describe el derrumbe de la civilización y sus normas, la suspensión del transporte mundial, así como los ejemplos de heroísmo humano, la histeria y el egoísmo a ultranza que afloran en cualquier situación de crisis.

Finalmente, el relato de Jack London acaba donde todo empieza. De los niños que escuchan el relato, Edwin quiere la fórmula de la pólvora… «entonces os haré correr a todos. Tú, cazarás para mí Hare-Lip y me procurarás carne, y tú, HOoo-hoo, enviarás el bastón de la muerte a quien yo te diga, para atemorizar a todos…».

«Todo pasa —continúa el relato—. Lo único que perdura es la fuerza cósmica y la materia, siempre en estado de fusión, siempre accionando y reaccionando y produciendo eternamente las mismas figuras: el sacerdote, el soldado y el rey….»

«Lo mismo daría que yo destruyese los libros que guardo en la cueva».

El confinamiento o cuarentena domiciliaria es una buena ocasión para leer a London y sus apocalípticas predicciones. Recuerde el lector que el autor era hijo de un astrólogo… y que, incluso, se califica de visionario por algunas de sus obras como el Talón de HIerro. Pasados siete años de esa terrible y colorista pandemia literaria, el de finales del año pasado, el Covid-19, aparece como un virus capaz de asustar un poco más de lo justo a la población, disparar la histeria colectiva con el papel higiénico y provocar un estudio superlativo de estadísticas, contagios, huésped, flechas, fronteras, nomenclaturas, dirección, gráficos matemáticos, curvas de contagios… Estamos perdidos. ¿Y si el actual patógeno mutara en un Covid-20, un asesino rápido e indiscriminado, con la máscara escarlata? Adiós.

No se puede obviar la critica al caos y la imprevisión de los gobiernos, del nuestro en particular [y de todos los políticos de la oposición], más preocupados por su imagen electoral, por sus peleas y los réditos políticos, que por el liderazgo real de una sociedad gravemente amenazada. ¿Y Europa? Europa tampoco existe. Italia llora y canta tarantelas para consolarse.

Es ciertamente terrible imaginar el alcance que puedan tener en el futuro este tipo de epidemias , experimentos o accidentes, para el planeta. Y eso sin incluir en nuestras reflexiones el aumento, en cantidad y calidad, de ‘agentes’ biológicos capaces de acabar con la civilización, así tranquilamente mientras leemos un libro o tomamos un vino. No es un relato del futuro. Está pasando.

Notas.-

• Textos recogidos de La Peste Escarlata. Primera edición. Doncel 1972. Traducción Julián Ortiz.
• La ilustración superior es de Luis Scafati y pertenece a la edición de La Peste Escarlata publicada por Los Libros del Zorro Rojo (2017).