En 1893, hace 130 años y un día, Daniel [Urrabieta] Vierge era conocido en el mundo entero por su genio artístico. Apelado por los franceses, siempre tan chovinistas y patriotas, como el Príncipe de la Ilustración, un segundo puesto que ocupaba en el escalafón de los gabachos detrás de Gustavo Doré. Resultaba extraordinario el talento de Vierge, truncado en el verano de 1881 tras el ictus cerebral que le paralizó la mitad derecha de su cuerpo, dejando yerta la mano derecha, inerte la pierna, sin habla, sin memoria, «hundida en sombras su inteligencia». Bárbaro y oscuro destino de un artista de la luz. La mano mágica que había ilustrado para la prensa escrita como los modernos fotoperiodistas escenas de la guerra contra Prusia y la pequeña revuelta de la comuna de París en 1871, quedó como una piltrafa que le incapacitaba para expresar su particular visión del mundo. Sin embargo, el artista, dotado de una fuerza de voluntad descomunal, recuperaría sus facultades artísticos con la mano izquierda. La sorpresa y la consternación dejaron paso a la fascinación y a la celebración por el regreso de Daniel Vierge al mundo de los [grandes artistas] vivos.

Edmond de Goncourt (1822-1896) escribió sobre la recuperación del artista getafense: «En el naufragio de su cerebro ha quedado una célula intacta: la célula del dibujo. No sabe leer, no sabe escribir, de tal modo, que para firmar una obra tiene que copiar trazo a trazo la firma de su dibujo antiguo, y, sin embargo, ¡Oh prodigio! ¡Con la mano izquierda dibuja con igual facilidad y perfección que antaño…! ¡Qué desgracia, esta muerte de la mitad de él mismo y, ciertamente, de algo de su talento, cuando iba a hacer su tan bello, tan original, tan español Don Quijote…!»

En 1893, la editorial norteamericana Charles Scribner’s Sons le encargó una serie de bocetos e ilustraciones para el libro de Auguste F. Jacacci, On the trail of Don Quijote (Nueva York, 1896). En Francia, la obra vería la luz en 1901 bajo el título Au pays de Don Quichotte. Souvenirs rapportés par… Auguste F. Jaccaci.  El contrato con la casa americana era un auténtico bombazo editorial. Por ilustrar una nueva edición de la traducción  del Quijote del siglo XVII de Thomas Shelton y que vió la luz en 1906, dos años después de la muerte de ViergeScribner le ofreció 100.000 francos, el 25 por 100 de la edición y la propiedad de todos originales que realizase.

La relación de Daniel Vierge con el Quijote venía de lejos. Su padre, el famoso dibujante español Vicente Urrabieta, ya se había acercado repetidas veces a  la obra de Cervantes con trabajos como el Quijote ilustrado de Gaspar y Roig que vio la luz en 1851, el mismo año que nació Daniel. En 1868, Vicente Urrabieta volvió a ilustrar otra edición de la obra de Cervantes, la de Urbano Manini. Y lo volvió a hacer al año siguiente, en 1869, para una edición de Ramón Pujal. En 1873 realizó una deliciosa serie de viñetas que verían la luz un Quijote para niños, publicado por la imprenta de Fermín Martínez GarcíaDaniel Urrabieta también había realizado ilustraciones relacionadas el Quijote que no se utilizaron en la edición de 1906. Bueno, según los expertos, D. Quijote de la Mancha «es uno de los libros que se han ilustrado con mayor frecuencia, probablemente el segundo después de la Biblia».

Hubiera sido fácil para Vierge evadir la responsabilidad y no embarcarse en la aventura de tomar apuntes del natural, directamente desde los mismos paisajes que recorrió el hidalgo castellano, y salir del paso de cualquier modo. Era notoria la capacidad del artista para reproducir las costumbres españolas como había demostrado en las ilustraciones realizadas para El Buscón o El Lazarillo de Tormes. Sin embargo, el monto del contrato, el anhelo de mostrar honestidad con los lectores y, sobre todo, trazar por su cuenta la senda que había mostrado  Gustave Doré al viajar a España en 1855 y 1861, antes de crear sus portentosas ilustraciones  para la traducción francesa del Quijote realizada por Louis Viardot publicada en 1863. De esta guisa, sin apenas excusas,  Daniel Vierge regresó a España y recorrió la Mancha prestando toda la atención que le permitían las penalidades  a los paisajes y personajes que aún perviven de manera casi idéntica en los lugares que visitó el personaje de Cervantes. El pavoroso itinerario, de cuarenta días y cuarenta noches tuvo lugar en el otoño de 1893. En una de los bocetos que realizó durante el viaje, definiendo con maestría los volúmenes aunque sin apenas definición, Vierge anotó un pequeño texto y la fecha; «Venta de Cárdenas (Sierra Morena). ¡Qué miedo…! / 29 de septiembre».

Para apreciar en su justa medida el mérito de semejante decisión, baste añadir que Vierge, aunque español, estaba acostumbrado al confort de París. Concluyamos que los caminos y aposentos que podía encontrar cualquier turista a finales del siglo XIX en España se mantenían como hacía siglos. Sería una experiencia agotadora que tendrían que hacer sobre acémilas y viejos carretones. Imagínese el lector a un hombre robusto que estaba paralítico de casi todo el medio cuerpo derecho enfrentado a la aventura de recorrer una España atrasada y decrépita, sucia, con duros caminos y ventas completas de gentes ignorantes y peligrosas. Añádase que Vierge iba acompañado, además de por el joven pintor Carlos Vázquez Úbeda (1869-1944), por su mujer y por su hijo de cinco años.

Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo, también conocido con el seudónimo de Kaulak, abogado, crítico de arte, diputado, periodista y fotógrafo, publicó a finales de 1893 un extenso artículo sobre las aventuras y desventuras de Daniel Vierge en la ruta de Don Quijote. «El hombre, pues, que ha olvidado a leer y escribir, y que habla con la misma dificultad que la facilidad con que dibuja (constituyendo un notable caso patológico), resolvió recorrer el itinerario del famoso Quijano, y vino a Madrid, su patria, en unión de su mujer, de su hijo, un niño de cinco años, y del joven pintor D. Carlos Vázquez, al que debo todas estas noticias, y que, como manchego, le podía servir de excelente cicerone en la temible excursión».

«Almuradiel fue el comienzo de esta y de allí se encaminaron a Viso del Marqués, por ser el pueblo más inmediato a Sierra Morena. La primera noche, y como feliz augurio de las delicias que en el viaje les aguardaban, tuvieron que pasarla sentados en sillas o tumbados en el blando suelo. Vierge, que es corpulento y no soporta las camas duras, soportó aún menos las baldosas y la paja, y a las dos de la madrugada y a la luz moribunda de un velón, renunció a dormir como D. Simplicio renunció a la mano de doña Leonor, poniéndose a hacer apuntes de los cuadros que ornaban el camaranchón fementido: un Cristo con más sangre que carne, una Virgen alimentando con rosas a algunos borreguitos…, etcétera.

» Al salir el sol, y sin que ninguna perdiz cantara, salieron, a su vez, los excursionistas para el valle de los Perales, internándose campo a través hasta el corazón de la sierra más hermosa de España. Recuerdan de tal suerte los accidentes del terreno las descripciones de Cervantes que a cada peñasco que los artistas dejaban atrás, les parecía iban a encontrar a D. Quijote encueros y haciendo penitencia.

Dulcinea del Toboso. Ilustración de Daniel Vierge.

» Un campesino, con el que se cruzaron, e iba montado en un caballo de mala muerte, les trajo a la memoria a Sancho Panza, caballero sobre Rocinante y camino del Toboso, con la carta para Dulcinea. Llegaron a un sitio llamado Los Molinos, el más grandioso de la sierra, y cuando más entusiasmados se hallaban contemplando el paisaje, las mulas, que como las del tiempo de Don Quijote eran de alquiler, y, por consiguiente, falsas, se espantaron y fueron depositando sobre el agreste suelo a todos los jinetes. Repuestos del susto (que afortunadamente no pasó de tal), y de nuevo oprimiendo el lomo de las traidoras cabalgaduras, fueron bajando empinadísimas pendientes hasta regresar al Viso. Nueva noche toledana, ni de encargo para reponer las fuerzas gastadas en el día, y nueva partida a la mañana siguiente.

» Se dirigieron por la carretera de Andalucía hacia Despeñaperros, cuyos precipicios y tajos examinaron, así como los Órganos y la Peña del Panadera. Les cogió la noche en la venta de Cárdenas, que es, por cierto, bastante mayor que muchos cuarteles: los carros y galeras que llenaban los rincones del corral parecían de juguete. Al mortecino reflejo de un candil humeante, pero único en toda la venta, vieron varios arrieros que bebían, reían y saludaban con burlona mala cara la llegada de los señoritos. La ventera, que resultó sorda y que hablaba como un desalmado carretero, tenía un aspecto horrible y agitaba en su manaza diestra una espumadera llena de grasa, con la cual sacudía en el hombro de Vierge cada vez que soltaba una interjección, que era una palabra sí y otra también. Por todo avío para cinco personas consintió en dar un colchón de paja apelmazada y mal oliente, negándose a ceder ningún cuarto. Horrorizada la señora de Vierge del antro y de su dueña, se negó a pernoctar allí, obligando al señor Vázquez a caminar una legua que dista la venta del puesto más próximo de la Guardia Civil, en busca de una pareja que les sacara con bien de la venta y los acompañara hasta la estación de Venta de Cárdenas.

» Gracias a las expresivas cartas de recomendación del gobernador de Ciudad Real, consintió la benemérita pareja en servir de escolta a los viajeros. La salida de la venta alegró a la ventera, que, a guisa de despedida, arrojó sobre los fugitivos toda una huerta de ajos y cebollas.

» El camino de la estación es espantoso; los barrancos se suceden sin tregua; hay que cruzar tres puentes del ferrocarril, que no tiene para el paso de los peatones más que unos tablones mal empalmados que a fuerza de estar carcomidos amenazan romperse gruñendo crujidos a cada pisada de los expedicionarios. En medio de las sombras de la noche, iban, Vierge agarrado del cuello de Vázquez, su mujer asida al capote de un guardia civil y el niño en brazos del otro guardia. Vierge, con ser animosísimo, marchaba, según propia confesión con miedo.

» A las once de la noche, después de dos horas de viaje a pie, llegaron a la estación de Venta de Cárdenas, a la madrugada a Ciudad Real. Aquí descansaron dos días, y renovaron la expedición saliendo para Argamasilla de Alba, pueblo que contiene datos interesantes para los cervantófilos, dado que, según se afirma, en una de sus casas escribió preso Cervantes la mayor parte del Quijote, y hay además en la iglesia un cuadro con los retratos de un viejo chupado y ojos espantadizos, y el de una mujer, no joven, que involuntariamente recuerdan al hidalgo manchego y su Dulcinea. Dícese que el viejo es D. Rodrigo Pacheco, personaje enemigo de Cervantes, y a quien se supone que Cervantes quiso ridiculizar en su inmortal obra, y la mujer una llamada doña Melchora, sobrina del viejo. El cuadro (coincidencia curiosísima) es una especie de ofrenda del caballero de la Virgen, en acción de gracias por haberle sanado de una frialdad que se le cuajó dentro del cerebro.

» Vierge y su señora, que aborrecieron las caballerías desde el incidente de Sierra Morena, alquilaron un carro para visitar al famoso Ruidera y la no menos célebre cueva de Montesinos. Esta permanece tal y conforme Cervantes la describe: a la entrada hay una gran parra; dentro, una cantidad enorme de murciélagos, que al salir revoloteando dieron en tierra con el Sr. Vázquez (como con D. Quijote), el único que quiso entrar 10 o 12 metros (la cueva tiene más de 100) en el misterioso antro, por debajo del cual pasa el río.

» Bordearon la laguna de la Osa, y llegaron al cortijo de San Pedro. Se repitió la consabida escena de dormir en el suelo, con la añadidura de tenerlo que hacer sin cenar y en medio de un frío horrible.

Llegada a Villahermosa. Ilustración de Daniel Vierge.

» Huyeron hacia Villahermosa, sitio de los más característicos para el buscador de paisajes manchegos. Abundan las encinas y los arroyos, que con tanta frecuencia menciona Cervantes. Entraron en el pueblo de Ruidera, el más pobre de la Mancha, y después de cenar pan y miel, se dividieron en parejas para echarse en los colchones tendidos en el suelo. La constituida por Vierge y Vázquez, despertó sobresaltada a medianoche. La pieza, en extremo húmeda, era más bien vivero de cucarachas, y los artistas, creyéndose en la tumba comidos de gusanos, tuvieron que ponerse en pie y sacárselas hasta de los bolsillos. Pasaron por la pieza en que dormían la señora de Vierge y el niño, para lavarse las manos y la cara, pretextando que iban a beber agua para curarse un dolor de estómago provocado por la espléndida cena. Y pasada de cualquier modo la noche, volvieron a almorzar pan duro y miel blanquísima, únicos comestibles que pudieron hallarse, y salieron de nuevo hacia Villahermosa.

Sancho Panza. Ilustración de Daniel Vierge.

» En el camino vieron batanes y se cruzaron con dos manadas de carneros. En Villahermosa, pueblo interesantísimo, consiguieron dos venturas hacía tiempo no gozadas: camas para dormir y carne que comer. Dejando este pueblo, que para ellos fue lo que las bodas de Camacho para Sancho, atravesaron el árido campo de Montiel, solo adornado por la silueta del famoso castillo, y tomaron la ruta de Argamasilla.

» Qué tal serían los vericuetos que cruzaron, que preferían la fatiga de caminar a pie bajo los implacables rayos de un sol deslumbrador, a los brincos y encontronazos del malhadado carro que les condujo por espacio de catorce horas.

» A los dos días de descanso en Argamasilla, salieron para Alcázar de San Juan, y de este punto para Campo de Criptana, cuyos molinos de viento son del mismo sistema que los de hace cuatro siglos. Dos horas después llegaron a la gran ciudad del Toboso, en donde Vierge, después de hacer unos apuntes de la supuesta casa de Dulcinea, dio por terminada su excursión.

» Cuarenta días de incesante andar, continuos sobresaltos, mal comer y peor dormir, y cuatro álbumes de dibujo con más de 500 apuntes rebosantes de verdad y de la gracia cáustica que a Vierge caracterizan, han sido el resultado de ella. Si bajo algún punto de vista es deplorable el estacionamiento de los pueblos manchegos, bajo el artístico no deja de ser consolador que al cabo de cuatro siglos sea posible la repetición de las aventuras de D. Quijote. Solo falta él: la decoración sigue puesta como en su tiempo. Parece como si a la naturaleza le hubiera dolido destrozar los modelos de los cuadros que Cervantes pintó, y hubiese impuesto la prosecución por toda la eternidad en el estado que Cervantes dejó las sierras y caminos, aldeas y mesones.

«La obra de Vierge resultará curiosísima. Por lo menos, será la ilustración del Quijote hecha más a conciencia. Una cosa, en fin, casi digna del libro inmortal».

En el prólogo de la edición española de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha publicada por la editorial Salvat (1930), Carlos Vázquez y acompañante de las correrías de Daniel Vierge por la Mancha aporta de primera mano algunos datos más, alguno tan importante como es el polémico origen del genial ilustrador. No podríamos discernir si fueron las notas del periodista o el recuerdo del pintor los que aciertan con el número de bocetos y cómo se gestaron. «Por estos caminos y pueblos que recorrimos -escribe Carlos Vázquez-, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, pero de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza». En los quince días siguientes, antes de regresar a París, Carlos Vázquez se acercó a Toledo con el objetivo de arreglar algunos asuntos particulares. Daniel [Urrabieta] Vierge se encerró en la casa familiar de Getafe dibujando de manera frenética 257 dibujos, esbozos y apuntes, de los 262 que entregaría a la editorial. Carlos Vázquez asegura, de primera mano, que Vierge «se trasladó hasta Getafe, lugar de nacimiento de Urrabieta, donde se detuvo unos días al lado de su madre». El pintor manchego se encontró a su regreso con una sorpresa inesperada que será mejor conocer con las mismas palabras del asombrado y perplejo artista: «Durante nuestro viaje, no hizo Urrabieta -afirma Carlos Vázquezningún dibujo ni tomó apuntes. Cuando volví a Getafe, para regresar juntos a París, me encontré que había llenado tres álbumes, todos ellos con dibujos de los parajes que acabábamos de recorrer. ¡Nadie hubiese dicho que no estaban tomados del natural! ¡Qué carácter tenía todo y qué exactitud de lugar!».

 

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BIBLIOGRAFÍA

El viaje de Vierge por la Mancha. Antonio Cánovas del Castillo y Vallejo. Artículo publicado en La Correspondencia de España el sábado 9 de diciembre de 1893.

IMAGEN SUPERIOR

• Ilustración recogida en la edición española del Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, publicada por  Salvat en 1930. Coloreada por el autor del blog.